Bolet?n de la Real academia Gallega 211
MANUEL N??EZ GONZ?LEZ
?Qu? he de decir de ti, inolvidable amigo, al cual he mirado siem
pre como un hijo de bendici?n de nuestra Galicia, en cuyo inmacu
lado amor comulg?bamos? Para los que te conocieron son in?tiles las
alabanzas que pueden pronunciarse en tu honor: est?n sinceras e in
agotables en sus labios. No te las negaron jam?s los que te vieron
pasar a su lado como un hermano afligido, quien en sus d?as de sole
dad tuvo sus ensue?os atados a una vida de tristeza, de infortunados
anhelos y de santas aspiraciones: T?, poeta, t? llegaste, en d?as irre
parables, a las puertas del templo en busca de un santo refugio. Ellas
se abrieron como un asilo de paz, para el que llegaba vacilando, en su
intensa amargura, entre la vida y la muerte, y vivi? sus pocos d?as de
esperanza. Fu? un dulce descanso para ?l, no para los que le admir?
bamos corno poeta; le quer?amos como santo, le ten?amos puesto a
nuestro lado como el m?s digno, pues sab?amos que se apagar?a
pronto aquella vida.
?Ya est?s libre! Ya est?s en donde deseabas; ya para ?l, por en
tero cristiano, se descorrieron todos los velos. El d?a de tu muerte, las
puertas del cielo se abrieron para t? y conociste las celestes claridades.
El Padre y hermano que al despedirte al pie de la escalinata del tem
plo de Loyola, bajo ayas b?vedas oraste y obtuviste el perd?n de
faltas, bien f?cilmente perdonables, te dijo:?Marche, recobre en los
aires de su pa?s la salud que le falta; las puertas de esta casa le estar?n
siempre abiertas!
?l no volvi? a traspasarlas. Benigno el cielo le abri? las eternas
por qu? suspiraba!
M. MURGIdA.
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