6 $olettn de la Real ylcademia Gallega
que de costumbre, mientras el mundo se entregaba al sue?o y yac?a
en silencio. S?bitamente la noche en derredor suyo troc?se en d?a.
Pareci?le que en un momento se hab?? esclarecido algo que largo
tiempo, sumido en oscuridad densa, s?lo alg?n que otro perfil des
cubr?a, muy borroso e indeciso; pero ese algo era muy extraordi
nario, era su obra, su misi?n, el engendro colosal que llevaba, mu
cho hacfa, dentro de s?, como feto, pero que un d?a deb?a salir ?a
luz, triunfando en toda su magnificencia, para gloria de su patria
y admiraci?n del mundo. Se le revel? la fundaci?n del gran mo
nasterio de Celanova, que deb?a llevar a cabo en el lugar de Villar,
cerca de Limia y no lejos de Orense, como monumento de home
naje al Salvador.
m Desde la misma hora comenz? a ser aquella obra inmortal
la obsesi?n y el ensueflo dorado del Santo Obispo, que absorvi? to
mejor de su energ?a fecunda durante toda su vida.
1 Grande fu? con el tiempo Celanova, y constituye, sin duda,
uno de nuestros m?s excelsos timbres.
%M?s grande es Caaveiro, entre cuyas fragosidades brot?,
cual chispa de luz sobrehumana, la idea madre y el impulso ge
neradorb.
Caaveiro estar?a a punto, por aquel entonces ,de ser lo que fu?
Celanova, y as? lo deja sospechar la copiosa donaci?n que le hizo
San Rosendo en el aflo 936.
Una bella e ingenua leyenda perdura a trav?s de los siglos ha
* bl?ndonos de aquellos lejanos d?as en que nuestro gran santo viv?a
austeramente en las rec?nditas fragosidades de Caaveiro.
Habi?ndose asomado un dfa el Santo Monje a la ventana de su
celda, en ocasi?n en que una imponente tthnpestad parec?a conmo
ver con su b?rbaro estruendo las soberbias moles montaf?osas que
rodean el cenobio, exclam? impensadamente : ?1 Oh, qu? (Ha tan
malo! Pero, arrepentido en el acto de haber abrigado en su mente
una fugaz idea de protesta contra los decretos del Eterno, sac? su
anillo abacial, y arroj?ndolo at cauce de las revu?ltas y embrave
cidas aguas, suplic? al Dios de las misericordias que se dignase .de
volver aquella prenda cuando su pecado le fuese perdonado. Y
at cabo de siete aflos el anillo fu? recobrado por el cocinero del
convento en el vientre de un pez cogido en las aguas del Eume.
En Caaveiro se conservaban varios objetos que habfan pertene
cido a San Rosendo; pero fueron trasladados a Santiago, con oca
si?n de una visita hecha por el arzobispo de la di?cesis.
En la capilla de Santa Marfa de las Nieves, de la parroquia