BOLETfN DE LA REAL ACADEMIA GALLEGA 87
desgracias en este mundo, el envilecimiento . eterno, esa ausen
cia de la muerte purificadora. Frente a ellas, Nausicaa, juvenil,
virginal, tan humana, tan generosamente odediente a sus im
pulsos naturales.
Odiseus despierta, tambi?n por intervenci?n de Atene, y, de
cidi?ndose, emerge terrible, cual le?n carnicero, de la espesura
donde ha pasado la noche cubierto de hojas en sitio muy res
guardado. Arranca una rama para, desfigurado Como est? por
veinte d?as de navegaci?n y nataci?n tempestuosa, m?tigar su
ofensiva desnudez. Cuando el horror de este cuerpo deshecho
por la mar apareci? a sus ojos, ?todas huyeron...? pero la hija
de Alk?noo qued? inm?vil, porque Atene le dio ?nimo (Od.
VI 139140) y, podemos a?adir, porque era princesa. y no per
mit?a que la dominara el miedo. As? operan, los dioses por lo m?s
profundo de nuestra vida interior, a trav?s de lo ins?lito: hom
bres que emergen de la espesura, sue?os (Penelope), arranques.
Odiseus la implora adul?ndola sin esfuerzo, pues era bell?sima,
y la compara con una joven palmera en Delos, ?junto al altar de
Apolo?, donde ?l se hab?a quedado estupefacto ante esa belleza
vegetal y le cuenta ?su historia?. Nausicaa con admirable buen
sentido organiza la entrada del h?roe en el palac?o de su padre,
pues aqu? en Feacia existe un cierto matriarcado de antiqu?simo
origen, y no debe acompa?arla por aquello de ?qu? dir?a la
gente?. El h?roe sufriente, y ya casi rescatado, cam?na hacia la
ciudad. All? est? el palacio cerca de un prado, bosque, campo y
vi?a floreciente, el ?temenos? mic?nico del rey. ocurre, no
sin que Atene, que ahora vigila todos los pasos de su protegido,
lo haya envuelto en densa niebla, porque los feacios, como no
tratan con extra?os, situados en los confines de Helas, son poco
tolerantes con intrusos.
Atene, y siempre sin darse a conocer ?no vayan los horri
bles dioses antiguos a estropearlo todo?, se le aparece en forma
de ni?a, portando un c?ntaro a la fuente y el h?roe le dice: ?Hijita
?Oh tekos? ...?no podr?as llevarme al palacio de Alk?noo el
rey? Soy forastero y he llegado aqu? de lejos y no conozco a
nadie? (Od. VII 22 s.). ?Yo te mostrar?, venerable extranjero,
el palacio, pues est? cerca de la mansi?n de mi padre. No digas
palabra, ni mires a nadie, ni menos preguntes, pues no aguan
tan a los extranjeros. Son unos insulares orgullosos que s?lo se