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REAL ACADEMIA GALLEGA
A?o XXIII Coru?a, 1.? Junio 1928 N?m. 205
GLORIAS OLVIDADAS
EL DOMINICO FR. IGNACIO JOSE DE CATOYRA
Pueden las concepciones del dramaturgo ser le?das y saborea
das en la soledad y quietud del gabinete, sin dem?rito de sus encan
tos y bellezas. Como escritas para ser popularizadas por ajenos y
varios int?rpretes, puede el lector imaginarse el efecto producido
al ser llevadas a la escena del teatro, y a buen seguro que en la
mayorfa de los casos la interpretaci?n real quedar? muy por de
bajo de la imaginada por el lector inteligente. Es esta una de las
m?s grandes ventajas que la obra del comedi?grafo tiene sobre la
del orador. La de ?ste, aun cuando corra impresa, no alcanza a ser
cumplidamente comprendida si no es interpretada por su mismo
autor, por el que la imagin?, plane? y compuso para trasmitirla
directamente a las multitudes. El autor dram?tico ha de atender,
en lo posible, a que su obra pueda ser por todos interpretada; el
orador, en cambio, es el int?rprete ?nfco y exclusivo de la suya, casi
siempre. Por muy bella, por muy artfstica, por muy perfecta que
?sta sea, no es f?cil que logre evocar, en la imaginaci?n de quien
la lea, los efectos oratorios, personalfsimos y de antemano prep ara
dos : las inflexiones de la voz, el adecuado gesto, los estudiados con
trastes, las artfsticas transiciones, el adem?n y la apostura propios
a cada frase, a cada concepto, a cada oraci?n, a cada p?rrafo; esto
sin contar lo propicio del momento, que tanto y tan definitivamente
influye en la rotundidad del kilo. La obra del dramaturgo tiene ca
racteres de universalidad y por eso es perdurable; la del orador es