12 $olettn de la Real Academia 6allega
de Hallstadt, cuyas primeras exploraciones dirige Ramsauer a
mediados del siglo; es entonces cuando se discute la existencia, to
dav?a no probada, del hombre terciario, cuando se admite la edad'
eneol?tica o del cobre puro, cuando Oscar Montelius propone la
divisi?n de la edad del bronce en per?odos, cuando Gros y Tischle
sistematizan la del hierro, i es de estos mismos d?as el planteamien
to del problema de las culturas del vaso campaniforme ... !
?Qu? tienen, pues, de particular las vacilaciones de Vicetto, al
recoger de manos ajenas cuanto por entonces se sab?a, por ejem
plo, de nuestras m?moas y de nuestros castros, cuando es precisa
mente en nuestros d?as, cuando se inician en nuestra tierra las in
vestigaciones sistem?ticas y todav?a se deja al esfuerzo personal la
costosa exploraci?n de nuestros yacimientos prehist?ricos? No he
mos de exigir a Vicetto cuestiones que, o no se plantearan en Eu;
ropa o que, iniciadas en ?lla, no ten?an efectividad en nuestra tie
rra. Es despu?s de Vicetto, todav?a, cuando Saralegui y Medina,
Barros Sivelo, Villaamil y Castro; Fulgosio, Moreno, Alvarez Car
ballido y Barreiro escriben sobre nuestras antig?edades.
Nada envejece tanto .como la historia, dijo Men?ndez Pelayo;
y yo, que procuro en mis trabajos seguir al d?a, no voy en materia
tan mudable, y menos ante el empuje que han tornado la metodo.
log?a y la cr?tica, fijadas en las modernas escuelas de historia, es
pecialmente en los seminarios alemanes, a enaltecer en el segundo
cuarto del siglo xx, las teor?as expuestas con arreglo a criterios del
tercero del xix; pero he de reconocer y solemnizar debidamente los
esfuerzos y los entusiasmos de quienes, apesar de los pocos elemen
tos disponibles y de las pocas facilidades logradas, se lanzaron a la
empresa de levantar y de construir la historia de Galicia; y entre
ellos merece especial?sima menci?n D. Benito Vicetto, a quien en
esta noche con todo cari?o y respeto recordamos. Porque a Vicetto,
adem?s, desde el comienzo de su empresa s?lo el cariflo a su tierra
alienta y le empuja; y en todas las p?ginas de su libro, lo mismo?
en las afortunadas que en aquellas, hoy, f?cilmente discutibles, ese
amor lo justifica y, si es necesario, lo defiende.
Y a quienes con m?s irreverencia que razones, con m?s va
nidad que valimiento, desairan y desprecian la labor de los pasa
dos, conviene advertirles que, si brillan en alto los pin?culos de unr
edificio es porque ocultamente les sirven de fundamento, bajo la
tierra escondidos, los recios sillares que los soportan y cimentan. ?
Al terminar el Sr. Castillo, que es muy aplaudido, el se?or
Presidente concede la palabra a