$olettn de la Real Academia Gallega
intentado como una expresi?n, si quer?is, de nuestro romanticismo
(m?s hacia la cumbre del Parnaso que hacia la del Olimpo, como
dir?a nuestro P. Feij?o) para que, apartando las f?bulas y los ro
mances, que por entonces tan f?cil acogida ten?an en las p?ginas
de nuestras historias, comprendi?semos cu?nto representaba el es
fuerzo de Vicetto, para trazar, en una ?poca de incertidumbre, en
este aspecto, todo el largo proceso de nuestra historia.
Todav?a la cr?tica severa de las fuentes hist?ricas, que hoy es
el fundamento de los numerosos trabajos de car?cter monogr?fico
que, a manera de Sillares, para una labor de conjunto, se vienen
constantemente publicando en Galicia, no hab?a del todo arreme
tido en la ?poca de Vicetto contra los falsos cronicones del siglo xvii,
los Flavio Dextros y Servandos que nutren las historias de nuestra
tierra hasta mediados del siglo xix, ni se hab?a comprendido hasta
entonces, tampoco, todo el valor que encerraban para el m?jor co
nocimiento de nuestros tiempos antiguos, que es naturalmente
donde naufragan nuestros historiadores, las investigaciones arqueo
l?gicas, sobre todo en el campo de la prehistoria, ciencia por enton
ces apenas nacida, dejando por lo tanto. entre los prejuicios reli
giosos (de peso en el origen de los pueblos) y las f?bulas (solemne
mente consagradas y como art?culos de fe por las gentes admitidas)
sin elementos directos de informaci?n y sin cr?tica posible, el co
mienzo de nuestro pueblo, cuanto a sus tiempos prehist?ricos (to
dav?a tan inciertos) se refiere.
Hab?ase publicado ya la Historia de Galicia, de Vicetto, cuan
do Marcelino de Sautuola, con asombro general, descubre y publica
en 1880, las c?lebres pinturas de la cueva de Altamira, en Santan
der, recibidas con la desconfianza m?s absoluta por parte de todos
los historiadores y arque?logos europeos; tuvieron que descubrirse
luego las de Dordo??a, en Francia, todav?a a principios de este siglo,
para que se admitiesen como aut?nticas las espa?'iolas. Lo que nos
dice, qu? poco, por entonces, hab?a adelantado la prehistoria, na
cida hacia mediados del siglo por los descubrimientos de Boucher
de Perthes y las investigaciones de Lartet.
Efectivamente, hasta quc, en 1871, Piette no comienza a estu
diar el desarrollo del arte cuaternario, apenas si se conoce; y es en
el Ultimo tercio del siglo xix cuando se plantean seriamente, entre
otros, el problema de los palafitos, iniciado por Keller, en 1854, el
de los monumentos megal?ticos, que por entonces daban a conocer
Bertrand, Lubbock, Boyer y Leguay, el de las famosas necr?polis