Bolet?n de la Real Academia: Gallega 187
Muchos tienen, prejuicios respecto al estudio de la ,Matem?tica con .
sider?ndolo de una aridez excesiva: hay, en esto, una gran exageraci?n;
claro est? que el principio de una ciencia tiene sus dificultades pero
?stas se compensan y se aclaran, si se une ? la teor?a aplicaciones bien
elegidas. Hay en particular en la Matem?tica, una parte elemental para,
la que basta ese buen sentido: quo Pascal dec?a estar igualmente repar
tido entre todos los hombres.,
En lo que ata?e ? la parte superior, ? las regiones elevadas de la
Ciencia, es l?gico que las dificultades sean mayores y se necesitenacier
tas aptitudes para vencerlas, y e,t cuanto ? dominarla, ? poder deducir
consecuencias, que conduzcan ? hechos de importancia capital, enton
ces, se?ores, es preciso nacer con los rasgos geniales que Dios concede,
carta siglo, ? media docena de individuos.
Otra idea tambi?n muy extendida, supone que esta gran ciencia
se pierde en un oc?ano de teor?as: de muy dudosa aplicaci?n pr?ctica:
Aunque esto fuese cierto, no le quitar?a su valor filos?fico y est?tico,
?que no s?lo de pan vive el hombre?, pero se puede a?adir, que es
muy dif?cil asegurar que una teor?a abstracta dejar? de tener aplicacio
nes ?tiles.. Nadie creer?a, por ejemplo, que una discusi?n profunda de
las integrales de una ecuaci?n de Fourrier, hab?a de servir ? lord Kelvin
para deducir, consecuencias importantes relativas ? la telegraf?a subma
rina, y que otras investigaciones an?logas, hab?an de encontrar aplica
ci?n en la teor?a de la elasticidad y en los trabajos de Maxwell sobre:
electromagnetismo. Pero el ejemplo m?s patente del hecho que consig
namos, nos lo presentan ,las secciones c?nicas que, estudiadas te?rica
mente y por puro pasatiempo por los ge?metras griegos, aparecen de
?til aplicaci?n, cuando, veinte siglos m?s tarde, las encuentra ? su paso
Kepler, al deducir del estudio del planeta Marte sus tres f' mosas leyes
astron?micas, que, muy poco despu?s, condens? y generaliz? el inmortal
Newton en su admirable ley de atracci?n. Es sabido la emoci?n que
sinti? el astr?nomo alem?n al descubrir las leyes del mundo sid?reo, y
no se le ocurri? otra cosa que trincarse de rodillas para entonar` un him
no al Alt?simo, ante tanta grandeza: ?quiz?s en aquel momento sublime
de arrobador ?xtasis, creyese ver aquel mago de la Astronom?a, la pala
bra ?Matbesis! escrita en las alturas por la mano de Dios, con los lumi
nares del Cielo!.
Pero aun dejando esos espacios siderios, regidos, como hemos
dicho, por leyes matem?ticas, y cuya grandeza ? inmensidad anonada
y produce el escalofr?o de lo infinito. A?n abandonando, repito, lo leja
no, y mirando ?nicamente ? esta tierra en que rastreamos, aparece por