1jolettn de la Real 5 cademia Gallega 31
y lo ha dicho bien, pues lo mismo que de las personas puede afirmarse
de las cosas. Tal rinc?n olvidado, obtiene de golpe la primac?a; tal be
lleza desapercibida adquiere renombre; tal suceso muerto y enterrado,
vuelve a la vida y recobra la importancia que merece, gracias a aquellos
misteriosos movimientos que levantan o abaten el mundo.
y Tal pasa en este momento a la r?a de Arosa y encantados lugares
que besan las olas de aquel golfo hermos?simo. No diremos que otros
.r, que gozan fama inmortal lo merecen menos; pero s? que ?stos le son
iguales y obtienen el mismo amor y la misma admiraci?n de quien los
visita. La luz, el aire, el cielo, las aguas apacibles, las azules lejan?as,
pueden, con toda justicia, compararse con otros igualmente bellos, pero
jam?s ser superados.
Cuando rompe el d?a y llena de luz las playas dormidas, cuando la
tarde deja caer blandamente sobre ellas sus sombras, cuando en el cielo
brilla la inmensa cohorte de estrellas, o la tempestad agita irritada las
aguas y el viento impetuoso, siempre aparece a nuestra vista el golfo
dotado de una belleza suprema. En quien lo haya contemplado una vez,
? su recuerdo es imborrable, y si el dolor le ha visitado, viendo sufrir en
las orillas apacibles a la que era paz y alegr?a de sus ojos y de su cora
z?n, nunca podr? negar que si sus encantos le hieren con el peso de una
pena eterna en la memoria, no por eso dejan de poner con su hermo
sura, aquellos lugares inolvidables, en el vaso del dolor, su gota de
consuelo.
Muchos a?os hace que conocemos aquellos sitios, antes tan desco
nocidos como hermosos por su misma soledad, y para los cuales la fama
viene ahora a romper con sus dedos de hada bienhechora el velo que
las ocultaba. Un momento bast? para que saliesen del olvido en que
vegetaban a las grandezas que les esperan. Muchos tambi?n que pusimos
por primera vez el pie en la encantada isla. ?Cu?ntas dulces impresio
nes experimentadas entonces a su vista en lo interior de su soledad, en
los recuerdos que dej? en nuestra alma! ?Qu? de sue?os imposibles, qu?
de apacibles momentos, qu? ansia de hallar en aquel apartamiento un
dulce refugio para quien hab?an abatido la muerte y tos desenga?os!
?Hoy, imposible! Lo que no ha mucho ofrec?a al afligido el consuelo de
su humildad y apartamiento, abre sus brazos a las grandezas que le es
peran y a los m?ltiples ruidos que bien pronto llenar?n sus ?mbitos. Ya
no podr? decir nadie: aqu? levantar? la obscura vivienda de mis ?ltimos
d?as, en medio de estos campos solitarios, a orillas de las aguas dormi
das, al pie de estos pinares gemidores, lejos del hombre y de todas sus
traiciones. Otros m?s felices tendr?n en medio de la isla su palacio y