$oletin de la Real Academia Gallega 149
viniera a ocupar, en sentido material de llenar corporalmente un rugar que
la muerte dej? vac?o, el sitial acad?mico del inolvidable Maestro.
Acept? sin vacilar la honra abrumadora que se me hacia, aun a sa
biendas de la desproporci?n, irreverente, casi sacrilega, que hay entre la
misi?n y el misionero, entre la obra a realizar y el humilde aprendiz llama
do a ejecutarla, estim?ndola como un imperativo de conciencia, como el
cumplimiento estricto del deber, a la manera del militar que, en un pues
to de honor y peligro, es requerido para ocupar la vacante del jefe, ca?do
para siempre en los brazos de la inmortalidad.
Pero si no titube? en tomar sobre'mis hombros la inmensa respon
sabilidad que representa el hecho de seceder a Murgu?a en su sill?n acad?
mico, no cal en la tentaci?n insensata de apresurarme a recibir la inves
tidura, trocando impaciente la calidad de electo por la de Acad?mico de
N?mero en la plenitud de sus funciones y privilegios. Esta demora est?
inspirada por el respeto y la veneraci?n que me impone el recuerdo im
perecedero de Murgu?a, por la reverencia que debo a la Real Academia
Gallega y por el amor inmenso que siento por Galicia, mi patria. Yo,
que hasta ahora no he hecho m?rito de algun relieve que explique siquie
ra la raz?n de mi nombramiento un?nime para la vacante del glorioso
historiador de Galicia, aspiro a poder presentarme ante mis compa?eros
de Academia, en el d?a solemne de mi recepci?n como Acad?mico de
N?mero, con un bagaje que encierre algo mils que gratitudes y promesas.
Quiero aproximarme al concepto que de mi oscura personalidad se for
maron quienes me eligieron en tan honrosamente abrumadoras circuns
tancias, laborando por Galicia, por todo lo que nuestra tierra querida
representa en el orden cultural, por aumentar con mi granito de arena su
acervo espiritual, para poder decir, cuando el momento Ilegue, algo seme
jante en la intenci?n, ya que no en la transcendencia y magnitud, a lo
que dijo Goethe en ocasi?n solemne:
?He procurado llegar, en todas las cosas, hasta donde el pensamien
to humano es capaz de alzarse en sus alas; he puesto en el cumplimiento
de mi deber toda la austeridad de mi conciencia y todo el amor de mi
alma; mi voluntad y mi pluma han estado siempre al servicio de todo lo
justo y todo lo noble; he hecho y dicho cuanto he podido y he sabido;
quien haga m?s que y?, que alce el dedo.
He venido a Cuba, la tierra de mi madre, en peregrinaci?n afectiva,
impulsado por un estimulo que guarda espiritual, pero no, claro est?, con ?
fesional parecido, con la obligaci?n que todo musulm?n tiene de ir siquie
ra una vez en la vida a visitar la Meca. Lugares Santos son para mi amor
filial aquellos que vieron transcurrir los altos mejores de la vida de mi
madre, desde que vi? la luz en el verjel que ba?a el Yumur?, hasta el d?a
en que la obediencia conyugal, santa virtud de la mujer cubana, le hizo
trocar la tierra bendita en que reposan sus mayores, por la tierra penin
sular, cuna y hogar com?n de cuantos sentimos correr por nuestras venas
sangre espa?ola, sin que importe que el primer latido que le di? impulso