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298 Dolel?n de la 'Real Academia Galleg?
la florida falda de Montealegre, complaci?ndose en ver c?mo el Mifio
se desliza a sus plantas lento y silencioso, como si quisiera detenerse a
rendirle tributo, y c?mo los vapores de las hirvientes y prodigiosas
Burgas, cual nubes de incienso que exhalara gigantesco pebetero,
el?vanse en caprichosas ondulaciones, y poco a poco se esfuman y
desvanecen, haste perderse en el azul del cielo.
10h! y qu? hermosa y espl?ndida se mostr? a mis ojos la natura
leza! Risue?os y apacibles valles cubiertos de frondosos casta?os y
nogales; verdes praderas, deliciosas florestas y frescas enramadas, en
que anidan y revolotean numerosas avecillas, que todo lo alegran con
sus cantos; pinares rumorosos y espesos robledales; altos montes y em
pinadas sierras, que el invierno corona de nieve, donde brotan abun
dantes agues, que bajan al valle, ora calladamente en cristalinos arro
yuelos, que se deslizan serpenteando, ora revueltas, espumosas y reso
nantes en formidables saltos y sonoras cascades; la ub?rrima vid brin
dando sus racimos en llanos, laderas y collados; por todas partes fibres
y frutos, perfumadas brisas y misteriosos rumores, y al caer de la
tarde, en medio de la augusta y deleitosa paz de los campos, el trino
del ruise?or y el arrullo de la t?rtola confundi?udose en los aires con
el cantar que entona enamorada pastora junto a la escondida fuente,
en la vereda solitaria o en la tortuosa corredoira. La torre feudal, que
a despecho del tiempo, se alza sombr?a, cubierta de hiedra, y las vene
rabies y abandonadas ruinas de famosos monasterios pollen una nota
de tristeza on la hermosura del paisaje. Al contemplarlas, sentf las
caricias de la Musa de la Historia; los siglos pasaron ante mis ojos,
como en cinta cinematogr?fica, y vf surgir ac? y all? grander, imnor
tales figures, cual column?s miliarias colocadas a lo largo del camino
que ha recorrido la raza; Idacio, el esclarecido Obispo, gloria del Foro
de los L?micos, que en medio de las sangrientas luchas y horribles
devastaciones y matanzas de los suevos, escribe el primer() de nuestros
cronicones, la primera p?gina de nuestra m?dioeval historia, trazando,
como testigo presencial, un cuadro de ruda y aterradora grandeza, en
el que se destaca con nimbo de luz resplandeciente; San Rosendo, que
en la d?cima centuria, en aquel siglo de hierro, de anarqufa en la vide
pol?tica, de relajaci?n de toda disciplina en el orden religioso y de
profunda, ca?tica confusi?n en el social, empu?a, ora el b?culo pasto
ral, ora la espada, y asf funda santos monasterios, 'como combate y
rechaza a los ?rabes y normandos; Feij?o, el insigne pol?grafo de
Casdemiro, ciudadano libre en la rep?blica de las letras, como el se
dijo, que en lucha porfiada y tit?nica con los errores y preocupaciones