142 jolelin de la Real Academia Gallega
tallados de Beauce de Thenay, de los restos humanos de CroMagnon,
de los Kiokenmodingos del Norte escandinavo o los palifitos robenhau
senses del Cant?n de Zurich; ni otro efecto positivo y pr?ctico que la
prueba de la existencia de una edad de la piedra en Galicia, que es todo
lo que los monumentos megal?ticos, atribuidos antes de ahora a inmigra
ciones asi?ticas determinadas, significan en l? actualidad, a la luz de un k?k?k?k?k
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cr?tica m?s penetrante y severa que la de la aurora de los estudios c?lti k?k?k?k?k
cos en nuestra patria.
Por otra parte, en oposici?n con las doctrinas sustentadas por algu
nos autores que gozan de justa y merecida autoridad, entre nosotros, con
tra la existencia del feudalismo en Espa?a, y por consiguiente en nuestro
antiguo reino, nos sobran motivos para estar convencidos, con un dis
tinguido escritor moderno, de que Galicia fu? uno de los estados m?s
trabajados por las instituciones y los abusos feudales... donde los pr?ce k k?k?k?k?k
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/ res, obispos, iglesias, monasterios, ?rdenes militares y lugares p?os, go
zaban derechos dominicales tan extensos, tanta autoridad, tanta jurisdic
ci?n y poder como alcanzaron los nobles y barones de otros pa?ses en
tiempo de los sucesores de Carlo Magno; pero, nos hallamos muy lejos
de poseer un estudio acabado y completo del car?cter de la legislaci?n,
las costumbres y los rasgos distintivos del r?gimen feudal en nuestro
suelo, como no lo tenemos tampoco, ni con mucho, de la Galicia mon?s
tica de la Edad Media, ni de la ?ndole y la condicionalidad de la poes?a
galaicoportuguesa que, si bien hija de la provenzal, como la que se for
m? m?s tarde en Catalu?a, Arag?n y Valencia, no pod?a menos de par
ticipar en alto grado de las peculiaridades caracter?sticas, genuinas,
castizas, del pa?s en que fructific? aquella primera semilla, antes de
extenderse y propagarse por el resto de la Pen?nsula.
Vac?o este ?ltimo que no admite excusa o explicaci?n plausible,
desde el momento que, por medio de la hermosa edici?n cr?tica del
Cancionero Vaticano 4803 que di? a luz, con notas y comentarios, el
ilustre profesor de literaturas modernas en el Curso superior de letras
de Lisboa, Theophilo Braga, purgada de los errores y los defectos de la
reproducci?n rigurosamente diplom?tica, ? casi fotogr?ficamente exacta,
dice Valera?, que public? Ernesto Monaci, en Halle, a?o 1875; se hizo
posible a todas luces la reivindicaci?n de nuestros leg?timos derechos a
la significaci?n literaria que se nos hab?a disputado siempre y que, por
lo mismo, ten?amos mayor inter?s en hacer valer en justicia.
Al mismo tiempo, abandonada tambi?n por entero a la influencia
fortuita de las circunstancias que pueden ser parte a favorecer sus pro?
gresos, la dulce y saudosa lengua provincial, la lengua elegante y corte