62 T oletfn de la Real Academia Gallega
entretener el tiempo, mientras llegaba la hora oportuna, a tomar una
ciudad, la ciudad herculina.
Ciento sesenta nav?os dotados de las m?s terribles m?quinas de
batir que entonces se conoc?an, y veinte mil soldados curtidos por el
sol de cien combates y armados perfectamente, obedec?an las sabias
?rdenes de un almirante experto, que hab?a paseado victorioso el pabe
ll?n ingl?s por todos los mares, y cuyo solo, nombre, s?mbolo de la
pirater?a, de la humillaci?n, de la esclavitud y de la muerte, llenaba de
pavor el ?nimo m?s varonil.
Los medios de resistencia no pod?an ser m?s escasos: siete compa
??as, de las cuales algunas eran de gentes de la ciudad y alrededores, for
maban toda la guarnici?n; las bater?as no contaban con suficientes muni
ciones; los muros eran estrechas tapias; in?tiles los barcos que defend?an
la entrada del puerto, y no muy importantes las fortificaciones exteriores.
Sorprendida la ciudad, pues no se esperaba por aquel sitio el ataque,
verificado el desembarco, perdida la parte baja de la poblaci?n, emplaza
da convenientemente la artiller?a enemiga de grueso calibre, incendiados
u obligados a huir los galeones espa?oles, y sin esperanza de humano
socorro, parec?a locura insigne no capitular con los ingleses. Pero el hom
bre de fe, convencido de la justicia de su causa, no se detiene a contar
el n?mero de sus enemigos, ni a medir la magnitud de sus fuerzas: sabe
que a Dios no le es dif?cil, antes no reconoce diferencia entre salvar con
muchos o con pocos; y que ?l es quien da la fortaleza, y en su santo temor
debe ponerse la esperanza.
Los que ped?an las llaves de la plaza eran ingleses y holandeses, los
mantenedores principales de la guerra que se hac?a en Europa al Cato
licismo, los que incendiaban los monasterios, profanaban las iglesias,
her?an a los sacerdotes y ultrajaban horriblemente las im?genes y todos
los objetos del culto. Los coru?eses, al defender sus hogares, combat?an
contra los enemigos de sus templos; al amor de la patria, que la religi?n
santifica, junt?base en ellos el amor de Cristo, cuyas efigies pisoteaban
los adversarios; y, antes que entregarles la poblaci?n, decidieron, si era
preciso, entregar las vidas.
No importa que el enemigo desembarque m?s gente y aproxime
sus mort?feros ca?ones, y estreche cada d?a m?s el asedio, y, vali?ndose
de todos los recursos de la estrategia, cave fosos; construya parapetos,
forme trincheras, cubra sus caminos y prepare los hornos que han de
hacer estallar la mina. ?Qui?n c?mo Dios? 2Qu? son para resistirle los m?s
poderosos ej?rcitos, sino leve arista con que juega el hurac?n, o ca?as
secas que el fuego abrasa?