6o joletin de la Real ,lcademia Gallega
en el f?lgido nimbo de gloria que proyecta a trav?s de los siglos aquel
suceso portentoso, eternamente memorable. ?Qu? de lances ?picos, qu?
gran n?mero de prodigios de valor, cu?ntos episodios maravillosos de
incre?ble bravura quedaron sepultados en las sangrientas ruinas de los
d?biles muros destrozados por el ca??n ingl?s! En aquella lucha tit?nica
de esfuerzos supremos, en aquel combate desigual de resistencias inve
ros?miles `que traen a la memoria las de Sagunto y de Numancia, ?cu?n
tos h?roes tan valerosos como los sublimados por el cantor de Aquiles,
no cesaron de blandir el acero hasta que la muerte lo arranc? de sus
manos y consintieron en dejarse acribillar antes que ceder un palmo de
tierra, sin que la historia recogiese sus nombres,?ni la poes?a cantase sus
haza?as, ni la patria les diera m?s que una fosa com?n donde ocultar
las heridas que en su defensa hablan recibido!
No ser? yo quien niegue que el amor de la patria, en cuyas aras se
han inmolado en todo tiempo generosas v?ctimas, y la influencia de la
tradici?n y ?l esp?ritu de la raza contribuyen a realizar hechos como el
de la defensa de la Coru?a contra las tropas de Drake.
Hay pueblos, efectivamente, en cuyos horizontes parece haberse
parado, a fin de alumbrarlos de continuo, el sol de la gloria, y cuyos
hijos dir?ase que reciben con la vida ansia inextinguible de libertad, y
que tienen en la mente, grabada por modo perdurable, la imagen de la
patria, y disueltos en la sangre los principios constitutivos de la nobleza
y de la hidalgu?a, y como vinculado por juro de heredad el esp?ritu de
protesta contra la invasi?n del extranjero. Uno de estos pueblos es, sin
duda alguna, el que hoy me concede la honra de escuchar mi tosca pa
labra. Residencia de los heroicos jefes de la tribu brigantina, la m?s es
forzada de la valerosa raza c?ltica, envi? sus moradores, en los tiempos
primitivos, a realizar en lejanas tierras allende el Oc?ano, haza?as que,
por lo atrevidas, se han cre?do fabulosas. La riqueza de su suelo, la im
portancia de la poblaci?n y su especial posici?n geogr?fica, atraj?ronle
la codicia de los estados m?s poderosos del mundo; y las olas de sus
mares gimieron bajo las quillas de los buques del mercader fenicio, re
buscador de oro y de esta?o; y fueron surcados por los barcos de Julio
C?sar deseoso de renombre y de gloria; y contemplaron la llegada de
los h?rculos, que alumbraban sus pasos con resplandores de incendio y
tapizaban su camino con filas de cad?veres, y la llegada de los terribles
escuadrones de Almanzor, que llev? en hombros de cristianos cautivos
las campanas de la bas?lica del Ap?stol para que sirviesen de l?mparas en
la gran aljama del Profeta; y se ti?eron con sangre de aquellos feroces