}olettn de la Real Academia Gallega 99
compa?ero en mis horas de soledad y de tristezas! ?Cu?nto hiri? tu
muerte este viejo coraz?n in?til ya para todo! ?Qu? gran vac?o has
dejado en ?l, cu?n grande en tu patria! ?Qu? feliz ser?as presenciando
esta fiesta, t?, en cuyos labios la lengua gallega ten?a la mayor dulzura,
y en tu alma un acento de amor imperecedero! Dejadme, dejadme que
lo recuerde en este momento. ?Lo merece tanto por su amor sin l?mi
tes a Galicia, por su santa predilecci?n por el habla gallega, por la
inmensa compasi?n que tuvo siempre por nuestro hombre de trabajo,
agobiado bajo su peso insoportable! En estos tiempos, el olvido cae tan
pesadamente sobre los que parten, que en realidad, el m?s ilustre parece
que muere m?s pronto en la memoria de los suyos. Sean, pues, estas
palabras, como una oraci?n por el alma blanca de aquel gran hijo de
Galicia, orensano como Lamas Carvajal, cuya vacante viene a ocupar el
Sr. Parga, y por deber ineludible en estos casos hace en su discurso el
m?s justo de los elogios. A' Paz y a Carvajal conoc? desde los primeros
momentos de su vida literaria. Con el primero, fu? mi trato diario, hasta
que la muerte le puso fin. Con el segundo, diferencias que hoy creo
dolorosas en el modo de juzgar su producci?n, nos separaron casi de
repente. Debo recordarlo para que los que no hayan olvidado aquellas
tempestades, no crean que queda de ellas en mi alma ni el m?s leve
rastro. Yo desear?a, se?ores, que las lejanas tormentas de otros tiem
pos se olvidasen tan para siempre, como lo est?n en mi coraz?n desde
hace mucho. Porque no hay nada que apacig?e los arrebatos de
la pasi?n, ni borre las discordias de los hombres, como la seguridad de
lo in?til de semejantes. luchas. Si Lamas Carvajal traspas? antes los
l?mites de la vida, yo me hallo al fin de la m?a. Somos como dos sor
f oras que pronto han de encontrarse. La frialdad que los a?os traen
hasta nosotros, ha borrado ya, no los rencores, porque ?stos no s?
como son; pero s? la dura, la implacable, la profunda l?nea de separaci?n
que nos apartaba como para siempre.
Con toda mi alma aprovecho la ocasi?n de decirlo, porque ya est?n
bien lejanas las horas en que le juzgaba, no como enemigo, sin? como
un contempor?neo, sin que quedase en mi coraz?n ni el m?s peque?o
rastro de las antiguas discordias. Todo lo que hab?a en ellas de amargo
hab?a desaparecido.
As?, pues, se?ores, aceptando con toda voluntad el juicio que al
Sr. Parga merece el poeta muerto, me apresuro a rendir aqu? el tributo
que de justicia se le debe. Es m?s, uno a sus alabanzas, las m?as
incondicionales. Entiendo que fu? un inspirado y que la posteridad,
m?s desligada que nosotros de las preocupaciones que acerca de su