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nos recuerda al gran Campomanes ?nombre que no habr? olvidado
Lugo, pues en ?l vivi? un heredero de su nombre? a quien pudiera en
cierto punto compar?rsele, por accidentes de la suerte. Naci? aqu?l en
Asturias, al pie casi de Galicia, a la cual conoci? y am? como si fuese
su propio pa?s. Azares de la vida hicieron que el Sr. Parga, hijo de
una noble familia gallega, cuyo solar se conserva todav?a en Vivero,
naciese en Asturias, pero no que olvidase su ' origen y dejase de amar'
esta tierra gallega como cosa propia.
Obtenido el descanso, fruto de una larga vida consagrada al cum
plimiento de sus deberes de magistrado, a Vivero volvi? y en aquella
poblaci?n vive, esperando su hora y que la tierra que cubre los suyos le
acoja amorosamente, cuando llegue para ?l el momento inevitable.
Los tiempos han cambiado. Los magistrados del siglo xvui pasa
ban de los tribunales al gobierno del Estado, pero los que hoy les
sucedieron, ya no transitan por esos caminos. M?s modestas sus tareas'
son tambi?n m?s desconocidas. No por eso, muchos de los que vistieron
la toga dejan de se?alar su paso con la estela de la producci?n literaria,
la ; primera, permitidme que lo diga, entre las intelectuales. Uno de
ellos, nuestro . compa?ero. Todav?a no se ha olvidado su hermoso
trabajo acerca de la obra del Sr. R?bago, .El cr?dito agr?cola, en el cual
condens? en breves p?ginas la dilatada labor de tan distinguido econo
mista. Fu? aqu?l un gran triunfo para el Sr. Parga Sanjurjo.
La oraci?n que acab?is de o?r es una prueba de que no s?lo a los
estudios jur?dicos y econ?micos dedic? su atenci?n. Los puramente
literarios le llevaron tambi?n sus predilecciones. Era imposible que as?
no fuese, habiendo frecuentado a mediados de la pasada centuria los
entonces gloriosfsimos claustros universitarios de' Compostela. Imposi
ble tambi?n ?y tanto es as? que lo recuerda en su discurso? que per
teneciendo a aquella entusiasta generaci?n escolar que premi? con su
amor y sus predilecciones a nuestro Aurelio Aguirre, dejase de sentir,
deleitarse y amar con pasi?n imborrable los frutos de la musa moderna
que ilustraba entonces aquellas aulas, a cuyo amparo se criaba toda una
pl?yade de j?venes ,que bien pronto hab?an de ilustrarlas. El primero
entre todos, nuestro inolvidable Juan Manuel Paz, el alma m?s pura, el
coraz?n m?s leal, el entendimiento m?s claro que entonces brillaba
como una esperanza y nos fu? 'arrebatado en los momentos' en que su
inteligencia, formada ya y poderosa, pod?a darnos en la poes?a aquellos
versos impecables que de ?l nos quedan; en la oratoria los sanos, preci
sos y tribunicios discursos, eclipsando en sus alegaciones forenses a los
m?s grandes oradores de su tiempo. ?Oh, . dulce amigo; oh,' mi noble