LETRAS DE DUELO
DON ANGEL DEL CASTILLO LOPEZ
De antiguo se viene af?rm?ndo con amargo pesimismo que
?el hombre es un genio destructor de sus propias obras?. Cier
tamente, el hombre, que es artifice genial, es tambi?n el destruc
tor m?s temible, pues su acci?n demoledora al impulso de las
pasiones y de las violencias es fulminante; el hombre deja enton
ces a su paso ruina y aridez. Mas, no es solamente el hombre el
destructor de las creaciones humanas, la Naturaleza con sus
fen?menos, el viento, la lluvia, los rayos del sol, tambi?n cons
tituye poderosa fuerza demoledora, pero su acci?n es lenta,
secular, majestuosa e inexorable, combinada, eso s?, con el tiem
po, pero al cual le est? encomendado suavizar cuando no ocultar
con la piadosa decoraci?n de las p?tinas las poderosas destruc
ciones que el hombre y la Naturaleza han realizado. En efecto,
las tierras, las malezas, los musgos, los l?quenes, son un sudario
inmortal que envuelve los vestigios del pasado que no han podido
salvarse de la violenta acci?n de los hombres o de la incansable
destrucci?n impuesta po; la Naturaleza o el tiempo.
Pero tambi?n el hombre se impone, en ocasiones, un sereno
respeto ante los valores del pasado y contempla con curiosidad
admirativa las antiguas creaciones de sus antepasados o las rui
nas que de ellas quedan y surgen ante ?l, destruida la magia o el
ingenio que las produjo y se han venido al suelo buscando, como
en todo lo perecedero, el descanso de la ingravidez. Surge en
tonces el arque?logo, el estudiado investigador o el historiador,
y su tarea consiste en enjugar reconstruy?ndolo cuanto la vio
lencia, la codicia, la soberbia o la venganza y a veces la incuria
del hombre, destruy?. Para ello, el arque?logo o el historiador