154 BOLET?N DE LA REAL ACADEMIA GALLEGA
y vivimos esclavos del ciego instinto y regidos por las sugestiones de
la materia."
Concluye la defensa del naturalismo:
"En resoluci?n, los naturalistas no son revolucionarios ut?picos, ni
imp?os por sistema, ni hacen la apoteosis del vicio, ni caldean las ca
bezas y corrompen los corazones y enervan las voluntades pintando un
mundo imaginario y disgustando del verdadero. Son imputables en par
ticular al naturalismo las tendencias deterministas, con defectos de gusto
y cierta falta de selecci?n art?stica; grave delito el primero, leve el se
gundo, por haber incurrido en ?l los m?s ilustres dram?ticos y no
velistas."
Pero do?a Emilia, pese a los ataques de que fue objeto, no acepta
en su totalidad la doctrina naturalista.
Ya en La cuesti?n palpitante, se manifiesta contraria a esta "litera
tura inmunda, vitanda, reprobable."
Con todo grafismo dice la Pardo Baz?n:
"Existe en el naturalismo, considerado como cuerpo de doctrina,
una limitaci?n, un car?cter cerrado y exclusivo que no acierto a expli
car sino diciendo que se parece a las habitaciones bajas de techo y
muy chicas, en las cuales la respiraci?n se dificulta. Para no ahogarse
hay que abrir la ventana: dejemos circular el aire y entrar la luz del
cielo.':'
Combate duramente los vicios y defectos de Emilio Zola. Para ella
es pecado original tomar por asunto de un ciclo entero de novelas de
odisea de la neurosis a trav?s de la sangre de una familia, representativa
de la sociedad del segundo Imperio. "Protestamos ?dice? y no nos
avenimos a creernos una renta de enfermos y allanados, que es, en re
sumen, lo que resultan los Rougon" ".
Por su inutilidad los pocos personajes no enfermos de alma o cuer
po en la obra de Zola no son gratos y su bondad es casi m?s aborrecible
que la enfermedad o el vicio.
Marionetas sin voluntad, vigor ni fuerza son los personajes virtuosos
del novelista franc?s, salvo Silverio y Lalle. En el mal est? la actividad
en la obra de Zola; el bien bosteza, se cae de puro tonto.
El naturalismo comete un craso error al considerar s?lo las influen
cias f?sicoqu?micas, haciendo caso omiso hasta de la espontaneidad
del individuo. Rige el pensamiento y la pasi?n humanas con la misma
norma que la ca?da de la piedra. Emilio Zola habla de "mostrar y po
ner de realce la bestia humana."
16 La cuesti?n palpitante, p?g. 214.