192 lel(n de la Real Academia Gallega
fino dipl?m?tico que L?pez Ferreiro describe, y, de todos modos, el que
con su palabra sab?a sugestionar, cuando no con el ejemplo, a los m?s
descontentadizos y diflciles de convencer.
Doe son, aparte las ya mentadas, las excelsas virtudes que ador
nan a nuestro protagonista: una generosidad espl?ndida y un culto casi
idol?trico a la amistad. No solamente no utiliz? su privanza para en
grandecerse y atesorar honores y riquezas, como hicieron otros validos
famosos en la Historia, sino que ella fu? en sus manos un :pretexto y
un recurso para sembrar el bien a voleo y llevar eu desprendimiento a
los I?mites de una largueza casi regia, como quien casi casi con su pro
pio soberano podia hombrearse y tratar de igual a igual. Por eso no
suena a jactancia aquella redondilla de la segunda escena de la tercera
jornada, tan plena de sobria y sincera amargura:
??C?mo se podr? explicar
quien s?lo sabe sentir?
c?mo sabr? pedir
quien s?lo ha sabido dar??
ni aquel ap?strofe que, en otro lugar, fulmina contra uno de los tipos
secundarios de la obra:
?Tu lengua ha mentido, infame;
y por no manchar la mano
en sangre tan vil, aqu?
templo la c?lera mia.
?Qu? pens?is que me dec?a?
Que hay quien dice mal de m?
y es mentira; porque ?qui?n
creyera que hablasen tal
de quien a nadie hizo mal
y a los que puede hace bien??
Su culto a la amistad excede a todo elogio. Dignas de los m?s
grandes moralistas son las frases que le inspira aquel afecto, uno de los
m?s bellos atributos del alma y de las m?s puras alegrias del vivir.
Consuelo en las tribulaciones, descanso en las amarguras, s?lo corn
prende todo el derrumbamiento de sus alegrias, cuando cree perdido el
amigo que juzgaba el m?s leal y abnegado. Ruiz de Alarc?n, el poeta
por excelencia de los encantos y deleites de la amistad, no hall? en eu
musa m?s sentenciosos y graves conceptos, ni m?s sentidas exaltacio?