Doletin de la Real Academia Gallega 191
En el intrincado laberinto de traiciones y asechanzas, de conjuras
y miserias, de luchas enconadas y perfidias repugnantes que ensom.
brece la historia de Galicia en la minoridad de Alfonso VII, momentos
hubo en que el Conde D. Pedro pareci? que iba a perderlo todo: hijos,
esposa, privanza, honores y bienes; la loca fortuna, si unas veces pr?s
pera, le fu? duramente adversa en muchas otras; pero ni los sonados
triunfos le ensoberbecian, ni los azares rigurosos le abatieron jam?s.
Bajo este aspecto, es su figura de aquellas que parecen como moldeadas
para las ficciones inmortales de los grandes ingenios. Y as? nuestro in
signe Conde
?espa?ol Atlante
en cuyos hombros se asienta
la quinta esfera de Marte?
pudo decir, con toda la verdad de una larga y dolorosa experiencia
?que el rayo y la fortuna
su mayor efecto hacen
en la eminencia del monte
que en la humildad de los valles;
puce aqu? vive seguro
el lirio, que humilde nace,
y all? no el roble, que quiso
ser contra el cielo gigante.?
Templado su esp?ritu en los rudos vaivenes de la suerte; procu
rando siempre y on todo momento sacar inc?lume y limpio lo que en
m?s consideraci?n ten?a, su honor acrisolado y su lealtad a prueba, son
estas las m?s altas cualidades que resplandecen en el personaje calde
roniano. No son las ?nicas, sin embargo; pues como l?neas y perfiles,
rasgos y detalles que completan la ingente figura, d?ndole todo el v?go
roso relieve de una estatua de Miguel Angel, esmaltan la comedia fra
see, conceptos y juicios, puestos unas veces en labios del Conde y otras
en los de las distintas dramatis persona que en la obra intervienen. Por
su profundidad y belleza y porque reflejan mejor las nobles ideas y los,
generosos sentimientos del de Traba, merecen ser citados los primeros;
y si alguien pudiera tacharlos de sutiles y filos?ficos con exceso, recu?r
dose, para rechazar el reparo, que el ?nclito D. Pedro, criado y educado.
en el propio alc?zar de Alfonso VI y con igual dilecci?n y amor que Si
de un hijo suyo se tratara, no es presumible que fuera el hombre de
escaso entendimiento de que Murgu?a nos habla, sin? el h?bil polltico y,