$olelln,, de la Real Academia Gallega 19
la disciplina regular y la vida cristiana elevada al m?s sublime
grado de perfecci?n, hac?an de su patrimonio el patrimonio de los
pobres a quienes socorr?an generosamente, distribuyendo todos los
d?as en las primeras horas de la ma?ana, como dice Martinez San
tiso, pan en abundancia a cuantos acud?an a implorar limosna a
las puertas del convento, adem?s de rep?rtir al mediodia la sopa
reglamentari.a a muchas familias indigentes, como tambi?n prestar
alivio a pobres vergonzantes, que entonces igual que ahora y en
todo tiempo, no ser?an pocos ids que deb?an la existencia a la ca
ridad de las Ordenes mon?sticas.
Por los altos de 1793 refugi?ronse en esta ciudad algunas co
munidades religiosas que, a causa de la revoluci?n franeesa, se
vieron obligadas a emigrar de su pals. El convento de Santo Do
mingo les abri? sus puertas generosamente, brindando caritativo
hospedaje a cuantos individuos de las mismas podia mantener en
su recinto, seg?n afirma el historiador tantas veces mencionado.
En los aciagos d?as del a?o 1824, cuando ya se cern?a ame
nazadora en nuestra patria la tempestad contra los instintos re
ligiosos, los dominicos brigantinos, secundados por el Prior de
Santa Marta de Ortigueira, dieron un alto ejemplo de caridad im
plorando clemencia par? sus propios enemigos, los constitucionales
complicadas en los sucesos politicos de entonces, que hab?an sido
condenados por los realistas: este rasgo de nobleza compru?banlo
sus cartas dirigidas al Corregidor y al Ayuntamiento de Betanzos.
Invasl?n del convento por los franceses,
y sus disarranges.
La guerra de la Independencia y sus consecuencias, deriva
das en gran parte del sedimento de ideas revolucionarias e imp?as
que dejaron los franceses al abandonar en vergonzosa derrota el
suelo espa?ol, fueron funestas para las Ordenes religiosas. No
podia sustraerse a sus desastrosos efectos nuestro convento de
Betanzos. El d?a 11 de Enero del alto 1809 franqucaban las puer
tas de esta ciudad, a las ?rdenes del mariscal Soult, los soldados
de Napoleon Bonaparte, que haciendo alarde de una crueldad y
un salvajismo que dejaban en mantillas al de las propias huestes
de Atila, comet?an los m?s inauditos atropellos, sembrando a su paso
la muerte y no dejando en pos de s? m?s que minas y devastaci?n.
Al entrar en el pueblo, que sometieron a un saqueo de cuarenta