184 joleitn de la Real Academia Gallega
no, ni una nor, sino un fruto delicioso, una verdadera explosi?n
de talento po?tico? (1).
Un malogrado critic() reconoce que en el esp?ritu superior
de Rosal?a se unieron ?los diversos g?neros de inspiraci?n, repre
?sentados por los dem?s poetas de su tierra natal, cuyo paisaj;e,
?cuyos recuerdos, costumbres y modo de ser, nadie sinti? m?s
?hondamente que la autora de Cantares Gallegos y Follas Novas?
afiadiendo que ?por su entrafiable cari?o al suelo en que naci? y
? por el v?nculo secreto que hermanaba su musa con la popular,
?sent?ase con vocaci?n para dignificarla, haciendo que aquellas
?coplas sin arti f icio, de procedencia femenina en gran parte, men
?cionadas por el P. Sarmiento, se convirtiesen en manjar exquisito
? aun para los m?s refinados paladares, y se revistieran de nuevos
?encantos sin perder su nativa ingenuidad? (2).
EUG}ENIO CARR? ALDAO.
(Continuar?).
LOS ALTARES PRIMITIVOS DEL AP?STOL SANTIAGO
(Continuaci?n)
III
Porque asi, peque?o, debi? ser todo altar primitivo. No hay al em
pezar elementos para hacerlos grandes. Un mont?n de tierra por altar, le
mand? Dios hacer a su pueblo. Anotado queda el testimonio de Enlart,
que advierte que los altares m?s antiguos son todos peque?itos, porque
las cosas, como acabo de indicar, suceden como deben suceder. Y nadie
se admire, que habiendo hecho los discipulos del Ap?stol un mausoleo
notable para su maestro, hubiesen levantado al lado de su cad?ver un altar
tan peque??to park Dios, pues, como ens??a la tradici?n, como podemos
ver en el Viaje, de P. Fita y Fern?ndez Guerra, y en otros escritos m?s
antiguos, el mausoleo del Ap?stol era quiz? el que habia construido do?a
Lupa para su sobrina y para s?, seg?n se le?a en la inscripci?n que mala
mente Morales mand? borrar. Y porque el sepulcro de Santiago sigui?,
(1) JAVIER VALES FAILDE. Ilosalla de Castro, p?gina 63. Madrid, 1906.
(2) P. FRANCISCO BLANCO GARCIA. La titeratura e8parlola en el 8ig10 XIX, parte tercera.
Las literaturas regionalea: La literatura regional de Galicia, p?ginas 239 y 240. Madrid, 1894