3 i ttolet?n de la Academia Gatle?i
catedral, pues D. Antonio no dej? transcurrir un solo d?a de su
?poca de can?nigo sin que le dedicase sus preferentes amores, de
mostrados ?stos, con verdadera fruici?n, en el estudio y arreglo de
su Archivo, en el que, gracias a su diligente celo y a la clarividen
cia de su talento se perpet?an papeles de inapreciable valor his
t?rico, llamados a desaparecer si el olvido en que se hallaban los
tuviese por m?s tiempo en. la ignorancia.
Al? pasaba largas horas el sabio pol?grafo descifrando viejos
documentos para darks la vida de la publicidad en las p?ginas de
sus numerosas obras, que en todas las edades servir?n de erudita
consulta a cuantos, en su amor a Galicia y a Compostela, pretendan
continuar su patri?tica labor, y que ser?n todos los que traten cual
quiera de los puntos de nuestra historia regional, por haberla
abarcado completamente en ella tan concienzudo maestro de la
misma.
Por todo esto, m?s de una vez se habla pensado en premiar al
ilustre can?nigo compostelano con una dignidad catedralicia y
hasta con una mitra episcopal, que su modestia, al no reconocer
limites, rehus? ?en redondo?, invocando, bondadoso, ?su falta de
condiciones? .
La Historia tiene que agradecer mucho este proceder humilde
de tan recto var?n, por cuanto que, resignando los honores, si?m
pre apetecibles, a ella s?lo se cre?a deudo, sin que por tal cariano
dejase el cumplimiento de sus deberes sacerdotales, en los que
daba ejemplo a los propios superiores.
L?pez Ferreiro, obispo, ante las exigencias pastorales del car
go, dada de mano a sus entrafiables aficiones literarias de toda
una vida de incesante trabajo. Compostela, como patria nativa
suya, recibir?a una grande alegr?a, al verle encumbrado, por sus
propios m?ritos, a la dignidad episcopal; pero los am?ntes de sus
glorias sentir?an la tristeza de contemplar, sin duda, el abandono
en que el historiador excels? dejar?a a sus muy queridos infolios
y. pergaminos.
No podia ser de otro modo, porque hab?a nacido para leer,
pensar y escribir y, quien, como ?l, no dej? un solo d?a de hacerlo,
mal avenido se hallaba con las cargas episcopates. Ad?m?s, su sen
cillez, humildad, mansedumbre, dulzura, afabilidad y, sobre todo,
la firmeza inquebrantablc de sus ideas cuando tantas vi? cambiar
de ellas en derredor suyo, peg?banle " con doble raigambre al cari
?o familiar de los suyos, los que, con la catedral del Ap?stol San