joletin de la Real Academia Gallega 295
micos, eruditos, catedr?ticos de literatura y formadores de antolo
g?as. Un modesto cr?tico provinciano, pero al tanto del progreso
literario, diera ya anteriormente el toque de atenci?n en 1885.
Hubieran visto entonces que as? como ellos ?nicamente se ocu
pan en el movimiento que irradia del centro a la periferia, en
otras regiones de Espa?a, donde se estudia todo lo referente a las
letras y artes, va lentamente de la periferia al centro, y donde se
aprecian en toda su significaci?n las literaturas regionales, se hab?a
prestado a Rosal?a aquella atenci?n que merec?a, y que sus
innovaciones en la m?trica eran estimadas y comprendidas, fi
gurando su nombre, casi desconocido hasta entonces, entre los de
los consagrados, siendo m?s popular de lo que se cree en toda
Espa?a, pues si no en las Antolog?as formadas por los grandes
maestros de la cr?tica, figuran las obras de Rosal?a en otras m?s
modestas, pero de mayor circulaci?n, por ser destinadas a la en
se?anza.
As?, y a ra?z de la publicaci?n de En las orillas del Sar,
aquel modesto, pero inteligente cr?tico provinciano, pudo decir del
libro con gr?ficas frases lo siguiente :. ?Lo primero que resalta es
sla forma peculiar?sima en que est? escrito. A semejanza de esa
?m?sica' alemana que, quiz? sobrado grande para caber en las
?estrecheces del pent?grama, amenaza a cada paso con destru?r
? la armon?a a fuerza de atrevimientos, as? estos, versos son, m?s
? que artificios literarios, quejas espont?neas de un alma dolorida :
?saltan por encima de todas las reglas y se forjan una medida 'y
?una rima que concuerde con la grandeza de su amargura? (1).
Y efectivamente, la comparaci?n fu? just?sima. Rosal?a era un
temperamento eminentemente musical y, abandonando todo lo hue
co y sonoro de lo ficticio y convencional, su fino instinto po?tico
cre? melod?as especiales para sus acentos de dolor y para sus floras
de ensue?o. ? C?mo hab?an de poder comprenderla todos ! As? no
es extra?o que hubiera habido quien dijese ?que hab?a encontrado
en sus composiciones algo a que no se hallaba acostumbrado su
oldo y las han acusado de falta de armon?a?.
Gustaban y siguen gustando los espafioles de la poes?a bri
llante, artificiosa, oratoria, en donde la sonoridad de las palabras,
aun cuando falten el sentimiento y el alma, lo es todo. Hoy, como
en los tiempos medios, la rotundidad, la aridez y la sequedad, es
(1) JUAN BARCIA CABALLERO. Artfcnlo crftico. Santiago, Febrero, 1886.