BOLETÍN DA REAL ACADEMIA GALEGA
Eladio Rodríguez González
A la Real Academia Gallega En sesión ordinaria celebrada por esta Academia en 20 de junio de 1912, al dar cuenta el Presidente (el inolvidable Murguia), de la publicación del primer cuaderno del Diccionario GallegoCastellano, acometida por aquella, hacía constar, con la natural satisfacción, que había sido del agrado y merecido los elogios de todos los señores a quienes se había remitido. Diez años más tarde (a fines de 1922), viviendo aun el Sr. Murguía, se explicaba al público, por una noticia inserta en el Boletín de la Academia, que la lentitud que se advertía en la publicación del Diciconario, reconocía como causa casi única, la escasez de medios económicos que destinar a tal fin. Siguió dándose al público cuadernos del Diccionario con más o menos lentitud, cuando inopinadamente, al menos para cuantos residimos fuera de La Coruña, en sesión de 30 de Junio de 1924, por cierto la primera que presidió el finado Sr. Ponte y Blanco, aparece designada, después de un breve cambio de impresiones, segun reza el acta, una Comisión denominada del Diccionario compuesta de los señores Lugrís Freire, Rodríguez González y Vaamonde (D. César) Desde aquel punto y hora bien puede decirse que aparece interrumpida la publicación del Diccionario. El Sr. Vaamonde, a quien la Academia confiriera el encargo de compilar, ordenar y redactar las papeletas para la magna obra, creyóse virtualmente desautorizado y cesó en la labor que le fuera confiada. La Comisión especial, por su parte, no dió señales de vida, y asi llegamos al momento de la proposición suscrita por los señores Estrada, Sampedro, Tojo, Villanueva y Lugrís, firma la de este último de la más alta importancia en el caso presente, ya que es de uno de los señores que constituyen la Comisión del Diccionario. Ignora el que suscribe si el Sr. Vaamonde es o no, como por alguien se asegura; el único superviviente de un sector de la Academia mantenedor de un criterio, que se califica de defectuoso, acerca de lo que debe ser el Diccionario; pero, aun en caso afirmativo habría que convenir en que antes le enaltece que le deprime el mantener y seguir las normas establecidas o aceptadas por aquellos gloriosos académicos para quiénes toda loa y admiración es poca y que se llamaron Murguía, Pondal, Barcia Caballero, Martínez Salazar, Pérez Ballesteros, Lago González, Oviedo y Arce etc. En cambio no siente la menor vacilación en suscribir los certeros juicios de los autores de la proposición cuando afirman que el general aplauso con que el Diccionario ha sido recibido y el profundo estudio que supone la redacción y composición de tan magna obra, han dado a esta tan grande y sólido prestigio que no podrá por menos la Academia de sentirse muy satisfecha por éxito tan brillante. Estima el que suscribe que el Diccionario debe constar como léxico oficial y obra de la Academia misma, la cual, naturalmente puede designar para llevarla a cabo, la Comisión, persona o personas que juzgue conveniente. Pero no se le oculta tampoco que obra de tal naturaleza e importancia necesita ser un todo armónico y equilibrado, con un criterio invariable, un plan concreto y un procedimiento siempre igual; en atención a lo cual considera que el apetecido Diccionario debe ser continuado por la misma mano que lo comenzó, si no se quiere que resulte, a la postre, un híbrido conjunto de mal hilvanados retazos que por su desigualdad y abigarramiento constituyan el más triste legado de nuestra actuación y el testimonio más evidente de la impotencia a que las excisiones y antagonismos reducirían a nuestra Academia. En bien de esta también y sea cual fuere el acuerdo que en este asunto recaiga, opina el que suscribe que no debe ser llevada al acta proposición ni enmienda alguna que a él se refiera, limitándose, en todo caso, a consignar la resolución que se adopte, que es lo único que de veras interesa Por todo lo expuesto, el que suscribe, formula, con el caracter de enmienda, voto particular o el que la Academia considere más adecuado, las conclusiones que siguen: Primera: Que se declare extinguida la Comisión del Diccionario, nombrada en 30 de junio de 1924, toda vez que de los tres señores que la constituyen, uno de ellos, el Sr. Rodríguez Gonzalez es autor de otro Diccionario en vías de publicación, otro, el Sr. Lugrís suscribe la poposición objeto de este voto, y el tercero es el propio Sr. Vaamonde. 2º Que se reproduzca y refrende el acuerdo adoptado en Septiembre de 1911 confiando al Sr. Vaamonde la tarea de redactar las papeletas del Diccionario, y que este continúe en su labor, como hasta aquí, sin otra intervención que la de la Junta de Gobierno, pues dado el sistema que se viene siguiendo de celebrar Junta general cada cuatro o seis meses, el someterla al conocimiento de esta implicaría el estancamiento perpetuo de la publicación 3º Que el Diccionario conste como léxico oficial de la Academia, lo cual no debe ser obstáculo para que se rinda el debido tributo a la verdad y a la justicia, para lo cual pudiera adoptarse cualquiera de los siguientes procedimientos
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