348 $olel?n de la Real )lcadem?a Gallega
de una servidumbre, tropez? la azada, a los ochenta cent?metros de
profundidad, con el hermoso torques de oro, objeto de las presentes
l?neas.
Seg?n referencias de persona ver?dica que reconoci? cuidadosa
mente el lugar del yacimiento arqueol?gico a poco de efectuarse el en
cuentro, inquiriendo del hallador los m?s minuciosos detalles relacio
nados con las circunstancias del descubrimiento, el torques descansaba
de plano entre el terreno de aluvi?n, sin vestigios de obra de f?brica
alguna a su alrededor, ni de corresponder a un enterramiento o escon
drijo artificial. En concepto, que comparto, del amigo que tales detalles
se ha servido comunicarme, dotado de gran esp?ritu observador, parece
que la aurea joya debi? de venir para all? en tiempos remotos con los
arrastres diluviales de la vertiente, que en el transcurso de los siglos
siguieron acumul?ndose sobre aqu?lla hasta formar tan gruesa capa de
materiales, confirm?ndonos as? el remoto origen de esta interesante
pieza met?lica de arte primitivo.
Debido a los buenos oficios del propio amigo, que, rara avis, aun
que campesino, sabe admirar mejor que muchos sefioritos urbanos, los
sagrados testimonios del pasado, he conseguido que este torques, conser
vado en su perfecto estado, si exceptuamos la pequefla torcedura de
una de las ramas, producida por el golpe de la azada, no fuese parar a
las pecadoras manos de ignorantes/plateros y se me hubiese cedido por
una importante cantidad, muy superior a la de su valor intr?nseco.
No procediendo, pues, de una sepultura, castro u otro g?nero de
construcci?n o estaci?n antiguas, ya, repito, que si bien abundantes
por aquellos contornos las m?moas y los castros, no obstante los monu
mentos de tales edades m?s inmediatos al lugar del hallazgo ?sin par
ticularidad alguna ?ste? encu?ntranse a un kil?metro de distancia,
queda reducida la importancia arqueol?gica del casual descubrimiento
al curioso objeto en s? propio, el cual someramente vamos a estudiar.
Pero, antes de hacerlo, bueno ser? advertir, para mejor ilustrar este
asunto, que a unos cuatro kil?metros en direcci?n al sudoeste y pasado
un gran cerro que divide los valles de Montojo y Cerdido, cons?rvase
el notable castro de este ?ltimo nombre (n?mero 31 de los de mi repe
tida carta arqueol?gica), en cuyas inmediaciones apareci? all? por el
1840, otro magn?fico torques de oro, de que se ha ocupado D. Leandro
de Saralegui, a las p?ginas 31, 32 y 283 de sus Estudios sobre la ?poca
c?ltica en Galicia (1), calific?ndolo como ?el m?s notable de los muchos
(1) Tercera edici?n. Ferrol, 1894.