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personal?sima, moment?nea y muere con su autor, que es, a la vez,
su int?rprete ?nico. Todos somos capaces de imaginarnos, abs
tray?ndonos de cuanto nos rodea para abismarnos en las bellezas
de sus creaciones, lo que pudo ser sobre las tablas El hombre de
mundo sin haber conocido a Juli?n Romea, o El zapatero y el Reg
sin saber de Carlos Latorre sino el nombre. Pero L qui?n ser? capaz
de comprender toda la gloria que lograron en sus d?as oradores tan
excelsos como Ol?zaga o Rios Rosas? Sin salir de los linderos de
Galicia b qui?n puede formarse hoy cabal idea de lo que eran los
sermones del can?nigo Viqueira o los c?lidos discursos de Alfredo
Vilas, calificado en sus d?as ?no tan lejanos aim?, como el Caste
lar gallego?
Orador fu? y muy grande sin duda alguna, atendido el ingente
prestigio en que su fama lleg? envuelta hasta nosotros, el religioso
dominico Fray Ignacio Jos? de Catoyra, a quien los autores sefla
lan ?nicamente con el primero de sus nombres de pila. El ?nico de
aquellos que en ?l se ocupa con alg?n detalle, muy a menudo equi ,
vocado, es D. Jos? Pardifias Villalobos en su Breve compendio de
Varones ilustres de Galicia. Murgu?a tambi?n le cita, como de pa
sada (no era ocasi?n para m?s tampocco), en su obra Galicia. No
nos dice el primero de donde era natural el P. Catoyra; el segundo
lo incluye, sin titubeos ni vacilaciones, entre los hijos ilustres de
la ciudad de La Corufia (desde luego pertenec?a a su provincia),
que vivieron en la d?cimos?ptima centuria, diciendo de ?l, escueta
mente, que fu? famoso en el p?lpito, aunque esto no sea poco, por
cierto, para escrito doscientos a?os despu?s y por tan alta auto
ridad.
Aqu? encontramos ya una importante y palmaria contradicci?n
entre Pardifias y Murgu?a. Aqu?l hace a nuestro religioso contem
por?neo de Felipe II, de quien dice que fu? Predicador, lo que
equivale a suponerle en plena celebridad y cr?dito en el ?ltimo lcr
cio del siglo xvi; el historiador gallego, como ya va dicho, le coloca
entre los corufieses ilustres del xvu. M?s pr?ximo este ?ltimo a la
verdad, creemos, sin embargo, que nuestro Fr. Ignacio pertenece
m?s por entero al siglo xvin, siquiera haya vcnido al mundo cuan
do se avecinaban las postrimerias del anterior.
Tenemos, para suponerlo as?, como gulas que nos orienten, las
propias obras de Catoyra ha.sta el presente conocidas. Menos que
extensos tratados, pero m?s tambi?n que breves y meros scrmones,
consta, por ahora y sin perjuicio de otros futuros y posibles ha
llazgos, que escribi? dos obras, impresas en Sevilla, donde acaso