202 Boletin de la Real ylcademia ?altega
medallas a los Acad?micos Correspondientes de dicha docta Cor
poraci?n, cuando los nombramientos son hechos a propuesta suya.
Yo encontrar?a muy plausible la idea si la Junta Directiva no hu
biera tenido la ocurrencia de pedirme a m? un trabajo para leerlo
ante un p?blico tan culto como el que aqu? se ha congregado, quien
no sabr? perdonarme seguramente mi osad?a, porque osad?a grande
es haber aceptado la invitaci?n que se me hizo cuando el rehusarla
ten?a tan justificada excusa en mi notoria insuficiencia.
Pero lo hecho, hecho estaba, y no era cosa ya de retroceder,
sino de salir del atolladero de la mejor man era posible, buscando al
efecto un tema f?cil de desarrollar y que tuviera alguna relaci?n
con este acto. Varios fueron los asuntos que he intentado tocar;
pero todos, aun aquellos que para otros hubieran sido cosa liana y
sencilla, se presentaron a mi pobre intelecto como intrincados pro
blemas algebr?icos. Esta observaci?n necesaria os dar? la medida
del aprieto grande en que me hallo para deciros algo que haga
honor a vuestra superior mentalidad.
Y no debe extra?aros que tal me acontezca. Yo soy un obrero
m?s o menos preparado para trabajos de la mente que tienen re
laci?n con la diaria subsistencia, pero no estoy capacitado para
tomar parte en estas justas del gay saber donde s?lo los esp?ritus
cultivados por el estudio irradian destellos de luz que iluminan las
inteligencias y cautivan nuestros sentidos con dulces evocaciones
de Arte y Poes?a.
Permitidme, pues, se?ores Acad?micos, senoras y se?ores, que
me circunscriba a unas cuantas divagaciones sobre Galicia, esa maga
de mis ensue?os, que en todos los momentos de mi larga vida de
emigrado, sin poderlo remediar, me atrae hacia s? con la misma
fuerza quo el im?n al acero. De esta manera os ver?is compensados
de los defectos de forma y de fondo de que adolece este trabajo,
porque s? que vosotros am?is tambi?n a Galicia por encima de
todas las cosas y, en gracia a Ella, hab?is de ser ben?volos conmigo.
Voy, pues, a hablaros de un prejuicio ancestral que aun en
nuestros d?as, especialmente en Am?rica, nos sonroja a los bue
nos gallegos.
No conozco cosa m?s inquieta, m?s falaz y m?s imponente,
que la opini?n p?blica. Intentad contener el ?mpetu asolador de
un torrente desbordado, y no parecer?is tan insensatos como si
pretend?is desviar el curso de la opini?n cuando ?sta se precipita
mugiente, desbordada e irresistible en una direcci?n determinada.
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