82 jole tin de la Real Academia Gallega
sinti? desfallecimiento ni desmayos, pues, veinticuatro horas antes' de
espirar, orden? que no se suspendiese, el d?a de su fallecimiento, la
publicaci?n de El Eco de Orense.
He consagrado mayor espacio que el que se dedica en estas solem
nidades al Acad?mico fallecido, atento no s?lo a sus' merecimientos, sino
tambi?n a que ha sido uno de los propulsores m?s `entusiastas del rena
cimiento de la literatura regional, el cual renacimiento he elegido como
tema de mi discurso, por ir asociado a sucesos que despiertan en mi
memoria recuerdos enternecedores de la juventud.
All? en los comienzos de mi vida escolar, cuando frecuentaba las
aulas de la inolvidable Universidad compostelana, de esa madre cari?osa
que aleccion? en su amoroso regazo varones tan esclarecidos, contem
pl?, pose?do el coraz?n de j?bilo indecible, el resurgir de una literatura
que despertaba, tras profundo y prolongado sue?o, ?vida de continuar y
de enriquecer aquella florescencia po?tica que brotara lozana y exube
rante de vida en la edad medioeval, al m?gico conjuro de los trovadores
gallegos, cuyo ?ureo ciclo abre el siglo xIi y cierran en el xv el renom
brado doncel del Marqu?s de Villena, Mac?as el Enamorado y su ilustre
compatriota Rodr?guez del Padr?n. No parec?a sino que, al amor de las
sonrosadas auroras que ese despertar produc?a, las calladas arpas de tan
renombrados trovadores sacud?an el ceniciento sudario en que las en
volviera ` el polvo de las edades y se apercib?an a preludiar aquellas
sentidas cantigas, aquellas fluidas y dulces pastorelas, regocijo del gay
saber y del arte de la rima, y embeleso de la suntuosa corte de los
reyes de Castilla.
Lucido contingente de j?venes, ricos de esperanzas no defraudadas
por fortuna, tremolaba la bandera de ese renacimiento, cuyos anhelos
'se cifraban en la hermosa aspiraci?n de infiltrar en las venerandas tradi
ciones del esp?ritu de raza el joven numen de la Galicia moderna.
Ha trascurrido desde entonces poco m?s de media centuria y en
ese breve per?odo de tiempo concluye la musa gallega por desprenderse
de la infantil pretexta y por ce?irse la toga de la edad adulta al producir
una labor po?tica, cuyo m?rito y resonancia son presagio venturoso de
?xitos todav?a m?s decisivos. Ya no balbuce la poes?a que renace, los
t?midos e indecisos cantos peculiares de la infancia; antes, pose?da de
viriles alientos, afirma su personalidad, buscando seguras orientaciones
en los rasgos ?tnicos y psicol?gicos que acusa el genio regional. Y estos
rasgos ?tnicos y psicol?gicos que forman, por decirlo as?, la caracter?sti
ca del pueblo gallego, la sustancia de su vida, la legendaria urdimbre de