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181 ijolet(n de la Real academia Gallega
p?lido semblante las huellas indelebles del sufrimiento y del dolor, ,vela
" das las mortecinas y apagadas pupilas por azulados lentes, cogido del
brazo de su triste esposa, o de alguna de sus hijas, quienes, pose?das de
filial ternura, guiaban, cual amorosa Antigona, al pobre ciego , por los
?speros senderos de la vida, y aun parece que le oigo contestar, con la
`chispeante gracia que le era genial, a los saludos y discreteos que le
dirig?an al pasar sus cari?osos amigos o sus entusiastas admiradores.
?Cu?n ajeno estaba de pensar, entonces, que hab?a de venir aqu?, poqu?
simos a?os despu?s, a evocar su querida sombra y a " dedicarle, con la
ternura de un coraz?n conmovido ante su memoria, este merecido
recuerdo p?stumo!
Valent?n Lamas no s?lo fu? un poeta eximio, sino, adem?s, un
distinguido periodista, cuya s?lida reputaci?n abonan los trabajos que
acometi? y las campa?as que mantuvo desde las columnas de los bata
lladores peri?dicos El Heraldo, O T?o Marcos da Portela y El Eco de
Orense, de los cuales era, a la vez, propietario y director.
Dotado de un esp?ritu de observaci?n reposado y reflexivo, de un
ingenio sutil, h?bil e insinuante, y de un talento claro y perspicaz que se
iba derecho, cual la saeta, a atacar de frente los m?s abstrusos problemas
y a abordar con ?nimo sereno las m?s intrincadas cuestiones, era adalid
formidable en las period?sticas lides. Acusa su prolija labor s?tira aguda
y picante, rayana, unas veces, en la virulencia de Juvenal, y otras, en el
mesurado aticismo del poeta venusino. Sus certeros dardos van, por lo
com?n, a clavarse en el amor propio del adversario con quien contiende,
deteni?ndose, empero, ante los infranqueables linderos de la vida priva
da; mas, cuando la injuria y el agravio le salen al paso y se interponen
en su camino, encrespando su natural bilioso, entonces sus ap?strofes,
sus sarcasmos y sus desdenes son terribles y avasalladores. ?Ay del que
le retaba a discutir, cuando los acicates de la propia dignidad ofendida
espoleaban su enojada pluma! El que lo intentaba pod?a tener, antes de
luchar, por seguro su vencimiento. Armado, entonces, de la potente
clava de su acerada dial?ctica y de su punzante iron?a, la descargaba
sobre su contrario, lo derribaba al suelo, y despu?s de macerar sus
carnes y de tenerlo tendido y maltrecho sobre la candente arena, lo
remataba, no con el pu?al de misericordia, sino con el arma m?s des
piadada del rid?culo. Los ideales pol?ticos porque abogaba, jam?s enti
biaron el culto ardiente y fervoroso que rend?a a Galicia, cuyo amor
santo e intangible se sobrepon?a en su coraz?n a sus particulares intere
ses y a todas sus afecciones m?s caras. Su vocaci?n period?stica estaba
tan encarnada en su temperamento, que ni, ante los, asomos de la muerte