8o poletfn de la Real Academia Gallega
se cierna, a partir de la misma, sobre su sepulcro, cuanto bajo estos her
mosos cielos fu? para el apenado vate fuente de soberana belleza. Es el
canto del cisne que pla?e tristezas, embargado por el fat?dico presenti
miento de tener que abandonar en breve elamoroso nido; el adi?s pos
trero del que teme perder las pl?cidas riberas de la vida y separarse
de lo que fu? im?n de sus amores, alimento' de sus entusiasmos, y est?
mulo de sus esperanzas. Esto parece revelar ese eleg?aco canto, escrito
con la amargura de un coraz?n lacerado por el dolor y con el, hondo
sentimiento que puede albergar s?lo, en sus rec?nditos senos, el alma
de un ciego, que ciego era, cual sab?is, el infortunado poeta cuya pre
matura muerte todos a una lloramos.
Valentin Lamas, cuando segu?a la carrera de m?dico y a poco de
unirse con indisolubles lazos a la que fu? amant?sima esposa, perdi? el
?rgano de la visi?n, viniendo esta inmensa desventura a amargar el
amoroso idilio, que sonre?a a la dicha conyugal. La venda, empero, que
entenebreci? sus ojos y sumi? su existencia en noche inacabable, no
amengu? su inspiraci?n, antes hubo de acrecentarla, porque Valentin
Lamas era un ciego que ve?a. Ve?a, si, con la visi?n interior que origi
naba en su alma el persistente ,e indeleble recuerdo de las impresiones
recibidas del mundo exterior, cuando la ceguera no secuestraba a sus
ojos la hermosa luz de los cielos. Y esas impresiones que yac?an, como
latentes y dormidas en' su esp?ritu, resurg?an a la vida de la realidad,
tomaban cuerpo y se manifestaban al exterior, cuando el fuego de la
inspiraci?n caldeaba su fantas?a, cual resurgen yse dejan o?r, en el mo
mento que place al humano deseo, las mel?dicas cadencias del sonido
que el disco impresionado guarda y retiene en su seno. As? como el
objetivo de la c?mara obscura recoge con gr?fica precisi?n cuanto se le
pone delante, as? la imaginaci?n del poeta, al sentirse impresionada por
la luz de los recuerdos, los recog?a y les daba forma en gallardas im?
genes, cuyos tonos se agigantaban a trav?s de las negruras que se
cern?an sobre su esp?ritu.
Y este fen?meno interior que se operaba en su alma lo sintieron
asimismo cuantos se hallaron en id?nticas condiciones. Homero, el can
tor inmortal, cuya cuna se disputaron varias ciudades de Grecia, era
ciego; pero su genio colosal se?orea a?n, no obstante la ceguera, las
elevadas cumbres de la epopeya antigua, y Milton, ciego tambi?n, com
parte con Torcuato Tasso el cetro de la ?pica moderna.
Aun` me parece que veo al infortunado poeta cruzar las calles de su
ciudad natal, ? inclinada la cabeza hacia el suelo, cual si el peso de ` la
meditaci?n le obligase a doblar la antes erguida cerviz, impresas en su