244 BOLET?N DE LA REAL ACADEMIA GALLEGA
trechas y dispersas. En el mismo choque saltan a sus naves,
matan a unos, a otros los echan al mar, compad?cense de
otros, como cautivos que son. Los ismaelitas, por el contra
, unos pretenden pelear, otros quieren remar, otros, en fin,
procuran huir a nado. Entre tanto una nave sarracena, m?s
ligera que las otras, esc?rrese de entre las mismas naves de
los irienses y logra escaparse. Las otras tres, empero, son
apresadas por los cristianos. Diecis?is sarracenos murieron
all? mismo, los cautivos que hicieron fueron noventa y ocho,
fuera de las armas y despojos que recogieron; a los cristianos
que los sarracenos llevaban cautivos pusi?ronlos en libertad.
Finalmente, los irienses, con las tres naves apresadas, con los
cautivos ismaelitas y con multitud de despojos, volvi?ronse
contentos a su tierra? (Lib. II, Cap. XXI; P. Fl?rez, 3023).
En tierra y en la falda del Picosagro, centinela de los va
lles del Ulla y de Padr?n, hito miliario para los peregrinos ja
cobeos, se nos describe tambi?n una escaramuza entre las tro
pas de Do?a Urraca y su hijo Don Alfonso, encuentro que no
lleg? a efectuarse, gracias a la intervenci?n de Don Diego
Por ambas partes del monte acampaban los dos ej?rcitos :
aqu?l [el del Arzobispo] teniendo las alturas del monte que
hab?a ocupado, ?ste [el de Don Alfonso] dispuesto a pelear
para desalojarlos del v?rtice de la monta?a, lo que era muy '
dificultoso y peligros?simo. Por lo . dem?s, el proyecto de la
Reina, que maquinaba levantar un castillo en la cima del
monte, suministraba la reina, al Arzobispo y sus tropas est?
mulos de combatir. Comenzaron por hacer algunas escara
muzas las tropas de uno y otro ej?rcito; mas sobreviniendo
el crep?sculo de la noche, desistieron ambas partes de lo co
menzado, quedando ya algunos tendidos... ?
Finalmente, y como quiera que se trata tan s?lo de un li
ger?simo apuntamiento, queremos terminar esta nota con una
magn?fica estampa sobre las Torres de Honest?, lugar del na
cimiento de Gelm?rez, probablemente; torres sobre las que
Don Diego mantuvo alerta su esp?ritu guerrero en su enemiga
contra los sarracenos y por la defensa de su Iglesia y su tie
rra, y en cuyo trazo el redactor de la bella estampa puso algo
de aquella misma saudade conque Rosal?a ha de evocar, cien .
tos de a?os m?s tarde, estos mismos parajes: H?zola [a la
Torre] sobresaliente sobre las dem?s, como cabeza y se?ora