236 $oleltn de la Xcademia 6allega
fraternizantes en aquel fest?n politico?, un volc?n de libertad que
arrastr? su hirviente lava hasta las puertas de la apost?lica urbe,
llevando pavores y recelos a los espiritus timoratos. Sin duda era
prematuro el moment() de rebeld?a fulminado en el himno b?lico
de Aguirre, y sonando entonces a blasfemia demag?gica, se apagaron
sus caldeadas notas entre acrimoniosas protestas que pusieron al
poeta f?rtil, audaz y malogrado, en trances de moment?nea impo
pularidad.
Hoy Aurelio Aguirre en Espa?a, como lo fu? en Francia el
inspirado Rouget de L'Isle, ser?a divinizado como fiel int?rprete,
en la poes?a; de los afanes revolucionarios del prgletariado. Ante
los fatales imperativos de la realidad, es fuerza reconocer, ?aun
por los que discurrimos y procedemos desde la vertiente opuesta,
que Aguirre, adem?s de poeta esplendoroso, fu? un consumado cro.
n?grafo cuyos po?ticos vaticinios han tenido en el ?cosmos politi
co de Espa?a? y en la presente edad, el mismo puntual cumpli
miento de los fen?menos astron?micos en las esferas siderales.
No negucmos, pues, al esp?ritu estuosamente liberal, ?se
g?n criterio del prologuista de Poesfas Selectas?, de haber vi
vido m?s, hubiera rivalizado en popularidad con los Manzoni de
Italia y Delavigne en Francia, ?l lado del ep?teto de precursor que
le otorga Murgu?a entre la fulgurante hueste literaria de 1854, el
de pr?sago de los sucesos politicos de su patria, que acert? a en
trelucir y pronosticar en d?as de reaccionaria densidad, muy re
motos al de su cabal cumplimiento.
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Aurelio Aguirre muri? en la Coruna, en uno de sus rintorescos
y mar?timos rincones; en la playa de San Amaro. EL mar tan
.amado por ?l,
tesoro de mil tesoros
sepulcro de tantas glorias
quiso encerrar una m?s, recogiendo el cuerpo de su gran cantor
entre sus ?limpios cristales?. El suceso fu? frangente y llorado
por toda Galicia donde era el vate fren?ticamente celebrado. La
sospecha de suicidio que gratuitamente se pudo difundir, es com
plelamente absurda, destitu?da de todo fundamento. Para un hom
bre superior, de la cxquisita sensibilidad de Aurelio Aguirre, los