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nificencia de los reyes y a los ping?es donativos y ofrendas de piadosos
romeros que, de los cuatro vientos del horizonte, ven?an a imprimir el
?sculo ardiente de su fe en la venerada urna que guardaba y guarda los
santos restos del Ap?stol evangelizador de Espa?a. Ya supondr?is que
aludo a la urbe compostelana, a la ciudad santa y dispensadora, por
mediaci?n de sus Jerarcas, de los consuelos inefables que una religi?n
de amor procura a las almas combatidas por las borrascas de la vida y,
adem?s, eximio centro del saber, que recog?a y condensaba en en?rgico
foco todas las irradiaciones de la cultura gallega para difundirla dentro
y fuera de Espa?a. Pues bien, en esa ciudad coexistieron, durante los
siglos xI y XII, dos literaturas; una, que pudi?ramos llamar docta y
cl?sica, la cual ten?a por ?rgano el idioma latino y proyectaba su labor
en las inscripciones funerarias, en los dramas lit?rgicos que entonces se
representaban y en alguno que otro poema de limitado alcance y exigua
resonancia, cual el de Consolationi rationis de Pedro el Compostelano, y
otra popular, ruda en sus comienzos, pero que perfeccionada m?s tarde,
imprimi? al nativo idioma esa eufon?a, fluidez y dulzura, que lo hacen
tan apto para plegarse a las exigencias de la rima, desde que ?sta
concluy? por sustituir el antiguo n?mero de la metrificaci?n cl?sica. Y
estas dos literaturas se desenvolvieron paralelamente, llegando la popu
lar o trovadoresca a alcanzar ?xito tan excepcional, que, al decir del
Marqu?s de Santillana, la lengua gallegaportuguesa se?oreaba en el
siglo xv los dominios de la poes?a en Castilla, Extremadura, Andaluc?a
y Portugal.
Nada tiene de extra?o, despu?s de todo, que acaeciese lo afirmado
por el Marqu?s de Santillana en su erudita carta al Condestable de
Portugal, habida en cuenta la cultura a la saz?n imperante en Galicia,
sobre todo en Santiago, la cual cultura, incubada al calor de los ?ltimos
a?os del Pontificado del Arzobispo D. Diego Gelm?rez, fu? en progresi
vo aumento durante los reinados de Fernando II de Le?n, de Alfonso IX,
San Fernando y Alfonso X. Las peregrinaciones religiosas vinieron,
por otra parte, a establecer corrientes de ilustraci?n ,entre el Noroeste
de Espa?a y el Mediod?a de Francia, entre Galicia y Provenza, entre
Compostela y Tolosa. Los peregrinos y romeros, entre los cuales figu
raron trovadores, juglares, menestrales y alg?n Conde trovador, cual
Guillermo IX, ven?an a Compostela con el prop?sito de visitar el sepulcro
del Ap?stol Santiago; pero sin renunciar por eso al natural deseo que
siente todo extranjero de comunicarse con los naturales del pa?s visitado
y de cambiar con ellos ideas e impresiones. Estos romeros trovadores
debieron iniciar a los poetas gallegos del siglo XIII y siguientes en los