Dolel?n de la Real Academia Gallega gl
tado ? 'exclamar, como Bruto en Filipos: ??0h, virtud! no eres m?s
que un vano nombre!?
En tan gigantescas luchas, en tan hom?ricos combates ocup? Pas
tor D?az honros?simo lugar entre los m?s brillantes periodistas y los
m?s elocuentes tribunos. En El Sol, en El Siglo, en La Patria, en El
Conservador, en El Correo Nacional y en varios otros peri?dicos y re
vistas defendi? briosamente, con pluma f?cil, elegante y castiza, los
principios y procedimientos de su partido, y en la tribuna parlamen
taria, y en la c?tedra del Ateneo resonaron los soberanos acentos de su
alta, solemne, arrebatadora elocuencia.
D. Juan Valera le pinta como orador, tan "? lo vivo, que parece
que se le est? viendo. ?Su elocuencia, dice, rayaba en extraordinaria,
m?s. cuando hablaba que cuando escrib?a. Cuando hablaba, ? pesar de
su debilidad f?sica, como era un manojo de nervios cargado de elec
tricidad, se dir?a que electrizaba ? magnetizaba ? sus oyentes. Sal?a de
sus labios una sentencia, y luego hac?a ?l larga pausa, ? inclinaba la
cabeza, como abrumada por el peso de los pensamientos.... Al mismo
tiempo extend?a el brazo derecho, un poco alzado en alto, y parec?a
que de cada dedo vert?a un raudal de fluido magn?tico sobre los que
hab?an escuchado sus palabras. As? permanec?a una larga pieza, como
traspuesto, hasta que volv?a en s?, ? se le antojaba ? ?l que los oyentes
hab?an rumiado bien su ense?anza, y hab?an penetrado algo del sen
tido esot?rico de sus muy altas revelaciones.? (1) Tal era el orador. `
Ahora bien, aquel manojo' de nervios cargado de electricidad;
aquel temperamento de vidente y de profeta; aquella alma abierta ?
los arrobamientos del amor espiritual y m?stico, ? impregnada d? la
melancol?a qne flota en el ambiente de la hermosa tierra en que se des
lizaron los primeros y m?s felices a?os de su vida; aquel joven que
hab?a mamado en el pecho de su adorada madre la dulc?sima lengua
en que entonaron tristes endechas y amorosas canciones los gentiles
trovadores que yacen, como sepultados en grandiosos mausoleos, en
los inestimables cancioneros de la Vaticana, del palacio de Ajuda y
de ColocciBrancutti; la lengua en que el Rey Sabio escribi? sus tier
nas Cantigas de Santa Mar?a, y en que suspiraron tristemente Mac?as
el enamorado y el no . menos herido de amor Rodr?guez del Padr?n,
aquel joven no pod?a sustraerse al contagio literario reinante; no pod?a
menos de entregarse ? las agitaciones y ensue?os del romanticismo.
(1) En la continuaci?n de la Historia General de Espa?a, de Lafuente, tomo
VI, lib. xui, cap. 3.?