90 Bolet?n de la Real 5cademia Gallega
dad, primero, del Seminario de Mondo?edo despu?s, y luego de la
Universidad de Santiago, de humilde pero honrada cuna, peque?o de
cuerpo, de complexi?n endeble y de voz dulce y apagada, llega ? la
Corte ? terminar en la Universidad de Alcal? ,sus estudios de Jurispru
dencia; ansioso de posici?n y gloria, l?nzase desde luego al torbellino
,de la pol?tica; cons?grase con entusiasmo al cultivo de las letras; y ?ah,
se?ores! ? los veinticuatro a?os de edad, en 1835, tiene ya personalidad
bastante para figurar como fundador del Ateneo de Madrid, al lado de
Quintana, Donoso Cort?s, Ventura de la Vega, Dur?n y otros no me
nos ilustres literatos, y, ? los veintiseis, es nombrado Jefe pol?tico de
Segovia. Pues bien,el joven que de tan brillante manera principia su
carrera pol?tica y literaria, y ? poco de poner su planta en la Corte,
pudo exclamar como C?sar, veni, vidi, vici, aquel joven era Nicomedes
Pastor D?az, honra y prez de esta ilustre Ciudad, ornamento de Galicia
y gloria de la patria, ? la cual sirvi? con la mayor lealtad, celo ? inte
ligencia en los m?s altos cargos, afiliado siempre al partido moderado,
siendo doce veces diputado ? Cortes, dos, Ministro plenipotenciario, en
Tur?n y en Lisboa, tres, Ministro de la corona, Senador, Consejero de
Estado, Rector de la Universidad Central, ? individuo de n?mero, de
la Real Academia Espa?ola y de la de Ciencias morales y pol?ticas.
?Y qu? tiempos aquellos en que se miraban frente ? frente y lu
chaban cuerpo ? cuerpo liberales y serviles, carlistas y eristinos, pro
egresistas y moderados, con fe viva en sus ideas, con nobleza inmacu
lada en sus procedimientos, con abnegaci?n her?ica en sus resolu
ciones! Espa?a se hab?a convertido en inmenso campo de batalla, don
de se luchaba sin tregua ni descanso en todos los terrenos, en la pren
sa y en la tribuna, en la trinchera y en la barricada.. A veces se com
bat?a en las tinieblas; pero del choque de las armas brotaban chispas
de luz, que iluminaban el horizonte. Unos y otros reputaban, como el
poeta, dulce y hermoso morir por la patria, y luchaban, luchaban con
valor espartano. Nadie abandonaba su puesto; nadie retroced?a un
paso; y como los conjurados de Catilina, al decir de Salustio, los que
ca?an cubr?an, muertos, con su cuerpo el mismo sitio que hab?an defen
dido vivos, y al caer, alzaban la frente, como el gladiador romano, y
saludaban su bandera con un grito de entusiasmo. ?Qu? rubor, qu? tris
teza, qu? desfallecimiento se apodera del alma, al comparar aquellos
tiempos con estos otros de fr?os convencionalismos, en que tanto se ha
debilitado la fe en lo divino y en lo humano; en que nadie se sacrifica
en aras del ideal; en que todo se mueve ? impulsos del egoismo; y en
que, al contemplar tantas concupiscencias y miserias, se siente uno ten