Dolelin de la Real Academia Gallega 75
En esos moment6s de desaliento, que parecen eternos, tan lentos
y duraderos son, cuando el solo refugio y la ?nica esperanza que nos
resta es pensar en las dulzuras de la paz que se hallar? en la muerte,
fu? cuando, cual ave f?nix, de entre las cenizas del pasado, sinti? de
nuevo alentar en ella su exquisita sensibilidad po?tica, y los afectos,
sentimientos y ternuras que se ahogaban en la c?rcel misteriosa de su
coraz?n, hallaron salida y se tradujeron en maravillosas y aladas estro
fas que volaron por el mundo con el t?tulo de La Flor, impresas en
Madrid, en 1857, y que merecieron entusiastas y juntas alabanzas de
la cr?tica.
VII
Fu? Murgu?a, que entonces colaboraba en La Iberia, uno de los
que alab? cumplidamente a la autora de La Flor, a la que no conoc?a.
Quiso ?sta dar personalmente las gracias al cr?tico por lo ben?volo de
sus juicios, e hizo que un amigo de atnbos se lo presentase.
La simpat?a que deb?a unir misteriosamente a dos j?venes litera
tos que se hallaban como en extrafia tierra, primeramente, y luego otro
m?s dulce e ?ntimo sentimiento, hizo comenzar el idilio de dos corazo
nes rom?nticos y sofiadores que hab?a de ligar con lazo indisoluble y
amoroso, las vidas de estas dos futuras glorias de Galicia.
En Madrid, en 1858, contando Rosal?a veinte a?os, contrajo matri
monio con nuestro insigne historiador. Al hogar paterno sustituy? en
edad bien temprana el nuevo hogar de la familia que se creaba.
?Desde entonces ?dice Murgu?a? una es la voluntad y uno el
'amor bajo este techo, visitado por cuantas aflicciones pueden caer
?sobre las almas heridas perp?tuamente. Solos nos dej? la madre que
'rida, y solos tambi?n aquel hijo amad?simo que no vivi? m?s quo el
stiempo necesario para hacer en nuestro coraz?n eterno el recuerdo,
?inconsolable la p?rdida. Entre estos dos sepulcros un mundo de con
?trariedades. Breves los dfas de Sol, aladas las dichas, fugaces las ale:
?grins, s?lo constantes los rigores de la fortuna? (1).
A consolarlos en estas amarguras vinieron los nuevos frutos de su
amor, frutos que no desmerecieron de su ilustre progenie (2). La mayor
(r) Ob. cit., p?gina r8t y siguientes.
(a) Uno de ellos, Ovidio, malogrado en lo mejor de su vida, hubiera sido tambi?n
una leg?tima y pura gloria de su tierra, pues, como ning?n otro, supo trasladar al !ienzo, en el
que reflejaba todos sus encantos y toda ?la poes?a interna y melanc?lica de Folios Novas?.
PRUUENCIO ROVIRA, art?culo en El Espaiiiol (7 Mayo 1899).
Rosal?a no Ileg? a sufrir esta nueva desgarradura en su alma. El pobre padre, Ioh iro
ma de la suertel, vi? morir a su hija el mismo d?a de su fiesta onom?stica, el 1.? de Enero de
5889. ICu?n terrible y doloroso recuerdo para sus ?ltimos a?os!