BOLET?N DE " LA ' REAL ACADEMIA GALLEGA 227
a ratos estudiantes y eternos oposicionistas 'al amor. All?` se
congrega tambi?n 1? ` no menos bullanguera 'tropa infantil,
chiquiller?a jubilosa que juega al socaire 'de 'las: complacen
cias maternales, o de ni?eras bien ataviadas,' que no esconden
su sonrojo, ante los requiebros bonitos de labios' varoniles;
a esta feria de la , alegr?a, corren como a cosa propia, las
mocitas de los abriles cumplidos, y. no faltan algunos sacer
dotes;;que platican mano a mano con los sabios de la Fa
cultad: , .
,., Luz y colorido ,es toda esta muchedumbre, deseosa;de
vida.. Y. a,fe que, bajo los copudos carballos, se ,siente uno
atra?do por la fuerza de la contemplaci?n y de los bellos
panoramas que desde cualquier ; posici?n , se divisan. En , la
curva de, la herradura que el tal paseo dibuja, hay un mira
dar, con su indispensable escalinata: fu? hecha ?sta para
dar acceso a la exposici?n regional, que en' el descampado
pr?ximo tuvo asiento. M?s abajo, entre el declive de la ciudad
y las fronteras faldas del Pedroso, se esconde el t?pico barrio
de San Lorenzo.
Cae algo al S. O. de la ciudad y est? flanqueado, a un
lado por el barrio de Santa Marta y al otro por la capilla
del' Carmen de Abajo y caser?os aleda?os. En sus terrenos
se Construyen hoy los edificios de la Residencia de Estudian
tes, circunstancia que ha de influir decisivamente en la vida
del ' recogido suburbio, testigo hasta ahora de alguna que
otra aventura nocherniega, que llevaba el esc?ndalo al seno
de la peque?a vecindad.
Por los a?os en que toma?ios esta ' historia, o sea, al
terminar la primera veintena del ochocientos, se descubrieron
las agitas 'ferruginosas'de Bar, hoy completamente preteridas,
y d?ndose a ?conocer la importancia del rico' tesoro ? los ha
bitantes de Santiago, convirti? las orillas del Sarela y' las
estribaciones del Pedroso en un paseo concurrid?simo. Al
final de la calle de San Lorenzo, hay un campo del mismo
nombre, irregular, sombreado por un robledal, al pie 'de
cuyos cortezudos y viejos troncos, se anudan los cuentos
de las comadres.
En una tarde agoste?a, cuando el sol canicular ten?a
desiertos los caminos, baj? yo por los contornos del barrio,
buscando la memoria de don Francisco Mar?a de la Iglesia.