28 $olet?n de la Real Academia ?allega
tuyen una literatura ni mucho menos son timbre de grandeza para un
pueblo.
No importa que el insigne Murgufa sostenga que en ese vasto
p?ramo de nuestra poesfa regional no dej? nunca de ser cultivado el
gallego. Para el caso, como si no existiera; pues ni las obras conocidas
valen la pena ni cabe sospechar que las que no conocemos, no obs
tante estar tan pr?ximas a nosotros, puedan aportar la menor gloria
para Galicia ni el m?s leve prestigio a sus autores.
Al recoger, por tanto, nuestros poetas del siglo xix, de labios del
pueblo ?del vulgo m?s bien?, la lengua que quisieron erigir ?y que
erigieron? en eminentemente literaria y soberanamente art?stica,
encontr?ronse con un vocabulario muy reducido, con un l?xico s?lo
moldeable en fuerza de inspiraci?n y de gen?o. Y en verdad que asom
bra la labor que aquellos autores se impusieron, ilegando, on ocasiones,
al extremo de verse forzados a inventar palabras o galleguizarlas, pues
que en labios del pueblo o no sonaban para nada o aparecfan en franco
y rotunda castellano, constituyendo asf el idioma a la saz?n en uso un
hfbrido pat?n, del que era preciso apartar la cizaga si se querfa espigar
con medianas esperanzas de fruto.
Y no es que se tratara de palabras t?cnicas o representativas de
cosas e ideas nuevas y que no tuvieran su adecuada interpretaci?n en
el gallego del siglo xiii; no era eso, no. Los tecnicismos tienen caracte
res de universalidad; un escrito atiborrado de ellos y escrito en franc?s
o ingl?s, no deja de ser perfectamente asequible a un espa?ol a un
italiano que conozca apenas aquellos idiomas. Tampoco se trataba de
ideas nuevas que requiriesen ?iamantes formas de expresi?n para poder
manifestarse. Era, lisa y llanamente, que en el transcurso de los siglos
y ocultos bajo el polvo secular de los archivos quedaron escondidas
aquellas voces on vano evocadas espiritualmente y que esperaban la
mano cuidadosa que de nuevo las sacase a la luz y a la vida, desper
t?ndolas de su profundo sueflo y exhum?ndolas limpias, di?fanas,
vibrantes y expresivas, como lo eran cuando tenfan aplicaci?n real e
inmediata en toda circunstancia y todo momenta.
Con la heroica resurrecci?n de nuestra literatura ?que por las
dificultades lexicogr?ficas que al paso le salieron tuvo verdaderos carac
teres de ?pica?, coincidi? el reconocimiento de la necesidad de ensan
char los mezquinos If mites en que nuestro idioma se desenvolv?a. Rara
vez un poeta es un erudito; y asf nuestros grandee lfricos ochocentistas
vi?ronse forzados a modeler sus concepciones con el barro que a la
mano hubier?n. Pero habf a m?s que esto; y de desenterrarlo y ponerlo