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sabido es, reproducen exactamente ciertos aspectos de la vida de otras
edades.
Pero si el destino de los t?mulos no ofrece dudas, se discute'en
cambio si son obra de un pueblo o raza determinados, o fruto de civi
lizaciones embrionarias sin distinci?n de razas. Cuenta esta ?ltima opi
ni?n con s?lidos apoyos. La difusi?n de los t?mulos, que dan la vuelta
al globo, la cifra verdaderamente enorme de los que aun se conservan,
lo que hoy mismo vemos en las tribus salvajes, dicen a las claras que
tales. monumentos no son obra ideada por este o aquel pueblo e imi
tada por otros, Bin? fruto espont?neo de civilizaciones rudimentarias,
peculiares de las sociedades primitivas. Los hombres que las formaban ,
sintieron al un?sono el deseo de perpetuar ciertos hechos, que, como el
de rendir culto a la Divinidad, constituye un sentimiento natural, y
por tanto universal, de la especie. Coincidiendo en el sentimiento, ne
cesariamente hubieron de coincidir tambi?n aquellos hombres en los
modos de vivificarlo, de darle forma tangible, ya que de los escasos
medios a su alcance s?lo la tierra y la piedra, que no sab?an a?n la
brar, se prestaron a desafiar la injuria de los siglos. Y as?, dando satis
? facci?n a necesidades del esp?ritu, erigieron t?mulos, d?lmenes, men
hires y otros megalitos, al igual que, para satisfacer necesidades mate
riales, fabricaron ?tiles de piedra yde hueso, d?ndoles espont?neamen
te y no por imitaci?n, an?logas formas. Identidad de necesidades y de
medios para satisfacerlas, condujeron a resultados iguales.
La exploraci?n de los t?mulos y los datos transmitidos por la
Historia inducen a afirmar que la costumbre de erigirlos persisti? en
el mundo atrav?s de las inmensas edades; desde la de piedra hasta
bien entrada la del hierro, y por tanto dentro ya de civilizaciones pro
gresivas incompatibles en apariencia con la simplicidad verdadera
mente primitiva de tales monumentos. La fuerza del impulso adqui
rido, la tradici?n que tan firme se mantiene en todo apuello que de
alg?n modo se, roza con el aspecto religioso, explican esa persistencia.
Inici?da en los albores de la vida social, subsist?a tal costumbre en la
Europa del tiempo de Carlomagno, seg?n se infiere de una ley de aquel
Emperador. (1) ?Ser? reminiscencia de costumbre tan inveterada la
que aun hoy perdura, de arrojar pu?ados de tierra en la sepultura del
deudo o del amigo?
Por lo que a Galicia toca, coinciden varios historiadores modernos
en afirmar, m?s o menos resueltamente, que las m?moas debieron de
continuar en uso durante la ?poca romana. Avaloran esta opini?n ra
zones muy atendibles, pero, no se han ofrecido, que, sepamos, pruebas
de caracter positivo, y como en la materia no abundan de esa clase,
juzgamos oportuno dar a conocer la que creemos sirve de apoyo a
aquella razonable opini?n.
En la parroquia de Furelos?Mellid y a orillas del r?o que lleva
su nombre, se alza' una m?moa de unos ocho metros de di?metro por
(t) .Jubemus ut corpora christianorum Saxonorum ad coemeteria eclesiae deferantur, e
non ad T?MULOS paganorum.> LUBBOCK, L'Homme avant 1'Histoire. T. I.? pag. 115.